La llave mágica de Sofía
Había una vez una nena llamada Sofía, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Desde muy pequeña, a Sofía le encantaba jugar.
No importaba si era con muñecas, pelotas o simplemente corriendo por el jardín, siempre encontraba la manera de divertirse. Un día, mientras jugaba en el parque del pueblo, Sofía vio a un grupo de niños construyendo un fuerte de ramas y hojas.
Se acercó a ellos con una sonrisa y les preguntó: "¿Puedo ayudar?" Los niños se miraron entre sí y luego asintieron. Juntos construyeron el fuerte más grande y resistente que jamás habían visto.
Desde ese día, los niños del pueblo no podían dejar de hablar sobre cómo Sofía siempre estaba dispuesta a participar en todos los juegos. Ya sea saltando la cuerda, jugando al escondite o inventando historias fantásticas para representarlas como obra de teatro improvisada, ella siempre estaba allí para animarlos.
Un día, mientras paseaban por el bosque cercano al pueblo, Sofía encontró algo brillante entre las hojas caídas. Era una llave dorada con forma de corazón. Sin pensarlo dos veces, decidió llevarla consigo.
Esa misma noche, cuando todos estaban reunidos en la plaza del pueblo para celebrar las fiestas patronales anuales, se escuchó un ruido extraño proveniente del viejo reloj de la iglesia. La campana comenzó a sonar sin control y todos quedaron desconcertados.
Sofía sacó la llave dorada del bolsillo y de repente, un destello de luz salió de ella. El reloj dejó de sonar y todos los habitantes del pueblo se quedaron boquiabiertos.
Un hombre mayor, llamado Don Manuel, se acercó a Sofía y le dijo: "Esa llave es especial. Abre la puerta mágica que solo se puede ver cuando alguien tiene un corazón lleno de alegría y ganas de jugar". Los ojos de Sofía brillaron con emoción mientras miraba al anciano.
Sin perder tiempo, Sofía comenzó a correr hacia el lugar donde el reloj estaba ubicado en la iglesia. Allí encontró una pequeña puerta oculta detrás del mecanismo del reloj.
Con su llave dorada en mano, abrió la puerta y quedó maravillada al descubrir un mundo lleno de color y diversión. En ese nuevo mundo, Sofía conoció a otros niños que también amaban jugar. Juntos exploraban bosques encantados, saltaban entre nubes esponjosas y construían castillos con bloques gigantes.
Cada día era una aventura diferente llena de risas y juegos interminables. Pero un día, mientras jugaban en el río cristalino que atravesaba aquel mundo mágico, escucharon un grito desesperado proveniente del otro lado del agua.
Era Don Manuel quien había caído al río por accidente y no sabía nadar. Sofía sin pensarlo dos veces se lanzó al agua para salvarlo. Nadando con todas sus fuerzas logró llegar hasta él y lo llevó sano y salvo a la orilla.
Desde aquel día, Don Manuel se convirtió en el abuelo de Sofía. Juntos, compartían historias y enseñanzas sobre la importancia de ayudar a los demás y nunca perder la capacidad de jugar.
Sofía aprendió que jugar no solo era divertido, sino que también podía cambiar vidas y hacer del mundo un lugar mejor.
Con su llave dorada siempre cerca, siguió explorando nuevos mundos llenos de aventuras y risas, llevando consigo la magia del juego para compartir con todos aquellos que cruzaran su camino.
FIN.