La llegada de Mariana
Martina era una niña llena de energía y sueños. Desde que tenía uso de razón, había deseado tener una hermanita con quien compartir aventuras, juegos y secretos. Cada día le decía a su mamá, María Fernanda:
"Mamá, ¿cuándo va a nacer mi hermanita? ¡Quiero jugar con ella ya!"
"Pronto, Marti, pronto. Lo importante es que venga sana y feliz", respondía su mamá con una sonrisa.
El tiempo pasaba lento para Martina. Cada día contaba los días en su calendario, ansiosa por la llegada de su hermana, quien se llamaría Mariana. Un día su papá, Alejandro, le explicó:
"Martina, tu hermanita viene cuando esté lista. No hay prisa, pero asegúrate de prepararle un lugar especial en tu corazón."
Finalmente, el día tan esperado llegó. Martina se despertó con un brillo en los ojos, sabiendo que ese era el día en que su hermanita nacería. La emoción la hizo saltar de la cama y correr hacia la cocina.
"¡Mamá! ¡Papá! Hoy es el día, ¿verdad?"
"Sí, cariño, hoy iremos al hospital. ¡Estás lista para conocer a Mariana!" respondió su papá.
"¡Sí! Estoy muy feliz, no puedo esperar más."
Cuando llegaron al hospital, la espera se sentía eterna. A Martina le parecía que cada minuto era una hora. Se sentó en una sala de espera, mirando las paredes llenas de dibujos de niños. Observaba a otros padres con sus bebés y deseaba que su turno llegara pronto.
Pasada la espera, mamá María Fernanda salió de la sala de partos, cansada pero radiante.
"Martina, ¡cumpliste tu sueño! Conocé a tu hermanita."
Martina entró al cuarto y vio a Mariana dormida en su cunita. Allá estaba, tan pequeña y adorable.
"¡Hola, Mariana! Soy tu hermana Martina. Voy a cuidarte y a jugar contigo todos los días!"
"Es un momento mágico, hija", dijo Alejandro, abrazando a su esposa.
Pero a medida que pasaron los días, Martina comenzó a sentir algo extraño en su pecho. Era una mezcla de felicidad y preocupación. No solo tenía que compartir su casa, sino también el amor de sus papás. Un día, mientras jugaba sola en su habitación, le confesó a su mamá:
"Mamá, tengo miedo de que ya no me quieran tanto porque ahora tienen a Mariana."
María Fernanda se agachó a su altura y le explicó:
"Martina, tu amor por Mariana no resta amor. ¡Lo multiplica! Siempre serás nuestra primer princesa, y Mariana te necesita más que nunca."
Martina sonrió, pero en el fondo sentía una pequeña sombra de tristeza. Esa noche, mientras todos dormían, escuchó llorar a Mariana. Se levantó de la cama y se acercó a la cuna.
"¿Qué te pasa, Mariana?" le susurró.
Al ver a su hermana tan pequeña y vulnerable, sintió que debía hacer algo. Recordó como a ella le gustaba que le cantaran una canción cuando no podía dormir. Así que comenzó a cantar:
"Estrellita, ¿dónde estás? ¡Quiero verte titilar!"
Para su asombro, la pequeña Mariana se calmó y sonrió. Eso hizo que el corazón de Martina se llenara de amor.
"Ves, Mariana, siempre voy a estar aquí para cuidarte. También te puedo contar historias para que no tengas miedo."
Desde ese día, Martina se convirtió en la mejor hermanita del mundo. Comenzó a ayudar a su mamá con tareas sencillas, como ponerle pañales a Mariana y prepararle su biberón. Y, lo más importante, siempre le cantaba para que se durmiera.
Con el tiempo, la relación entre las hermanas creció y se fortaleció. Martina aprendió a ser paciente y dedicada, mientras que Mariana creció admirando a su hermana mayor. Juntas, se convirtieron en inseparables y crearon recuerdos maravillosos.
Un día, mientras jugaban en el patio, Mariana le dijo:
"¡Marti! ¿Podemos ser aventureras cuando crezca?"
"¡Claro! Y yo seré la mejor guía, siempre. Vamos a hacer muchas travesuras juntas, te lo prometo."
Y así, las dos niñas descubrieron que no solo compartían la misma casa, sino también un sinfín de sueños, risas y aventuras.
La llegada de Mariana no solo cumplió el deseo de Martina, sino que también le enseñó el verdadero significado del amor familiar. Y es que, aunque a veces hay miedo, siempre podemos encontrar una forma de hacer que el amor crezca entre los seres queridos.
Fin.
FIN.