La llegada de Martina


Había una vez en el tranquilo pueblo de Villa Esperanza, donde vivían Nicol y Ángel, dos jóvenes enamorados que disfrutaban de pasear por los campos y contemplar las estrellas juntos.

Una noche, bajo un cielo lleno de luciérnagas danzantes, Nicol y Ángel se sentaron en el banco del parque y compartieron sus sueños más profundos. Fue entonces cuando Nicol le confesó a Ángel que estaba embarazada.

Él la abrazó con ternura y le prometió estar siempre a su lado. "¡Estoy tan feliz de ser papá!" -dijo Ángel con emoción, mientras acariciaba la pancita de Nicol. Nicol sonrió al escuchar esas palabras y juntos empezaron a planificar el futuro de su familia.

Decidieron trabajar duro para darle lo mejor a su bebé y convertir cada obstáculo en una oportunidad para crecer juntos. Los meses pasaron rápidamente y llegó el momento del nacimiento. En una cálida tarde de primavera, nació Martina, la hija de Nicol y Ángel.

Su risa era como música para sus padres, quienes la miraban con amor incondicional. Martina creció rodeada de amor y cuidados. Aprendió a caminar junto a su padre, que la sostenía firme mientras daba sus primeros pasos.

Descubrió el mundo junto a su madre, quien le enseñaba sobre la importancia del respeto hacia los demás y la naturaleza.

Un día, mientras paseaban por el bosque encantado cercano al pueblo, Martina se separó sin darse cuenta de sus padres. Asustada, comenzó a llamarlos sin obtener respuesta. Sin embargo, recordando lo que le habían enseñado sobre mantener la calma en situaciones difíciles, decidió buscar ayuda.

Caminando entre los árboles centenarios del bosque, Martina encontró a Luna, una hada amiga que vivía allí desde tiempos inmemoriales. Luna escuchó atentamente la historia de Martina e inmediatamente ofreció su ayuda para encontrar a sus padres.

Con un destello mágico en sus ojos brillantes como estrellas fugaces, Luna guió a Martina de regreso al camino principal donde Nicol y Ángel esperaban angustiados. Al verla sana y salva entre los brazos del hada amiga, no pudieron contener las lágrimas de alegría.

"¡Gracias por traerla de vuelta! Eres nuestro ángel guardián", dijo emocionado Ángel mientras abrazaba fuertemente a Martina.

Desde ese día, Martina supo que siempre había alguien cuidando de ella tanto en los momentos felices como en los desafiantes: el amor incondicional de sus padres Nicol y Ángel; la sabiduría ancestral del bosque representada por Luna; pero sobre todo supo que llevaba consigo un poderoso mensaje: nunca perder la esperanza ni dejar de creer en uno mismo ante cualquier adversidad.

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