La Llorona en el Parque
Era un día soleado y hermoso. Mateo y yo habíamos decidido ir al parque a jugar. Estábamos en el parque, disfrutando del aire fresco y de nuestras risas mientras correteábamos por la hierba. La tarde prometía ser perfecta.
De repente, escuchamos un suave sollozo que venía de un arbusto cercano. Nos miramos con curiosidad.
- ¿Escuchaste eso? - le pregunté a Mateo.
- Sí, suena como si alguien estuviera llorando - respondió él, con los ojos muy abiertos.
Sin pensarlo dos veces, decidimos acercarnos al arbusto. Al asomarnos, descubrimos a una misteriosa mujer con un vestido blanco, con el rostro cubierto. Era la Llorona, y nos miró con una tristeza inmensa en sus ojos.
- ¿Por qué lloras? - pregunté con un poco de miedo, pero también con valentía.
- Lloro porque estoy buscando a mis hijos, que se perdieron hace mucho tiempo - dijo, mientras grandes lágrimas caían por su rostro.
Mateo y yo intercambiamos miradas un tanto confundidas.
- Pero nosotros podemos ayudarte, podemos buscar juntos - dijo Mateo, con determinación.
La mujer pareció sorprenderse ante nuestra propuesta.
- ¿De verdad? ¿Piensan ayudarme? - preguntó, su voz temblando entre el llanto y la esperanza.
- Claro - respondí. - Si trabajamos juntos, tal vez podamos encontrarlos.
- Muchísimas gracias - dijo la Llorona, secándose las lágrimas. Esto nos dio coraje. Comenzamos a formar un plan para buscar a sus hijos.
Buscamos en los arboles del parque, preguntamos a otros niños si los habían visto. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que la Llorona, aunque triste, también tenía una sabiduría ancestral. Ella nos contaba de la importancia de la amistad y de no rendirse, incluso en los momentos más difíciles.
- Lo más importante es nunca dejar de buscar y siempre ayudar a los demás - nos decía.
Después de un par de horas, encontramos a dos niños que estaban jugando cerca de un estanque. Eran un poco más grandes que nosotros y tras escucharles, nos dimos cuenta de que eran los hijos de la Llorona. La mujer se llenó de felicidad.
- ¡Ahí están! - gritó, con una sonrisa que iluminó todo su rostro. Corrió hacia ellos y los abrazó con mucha fuerza.
- Gracias, gracias - repetía mientras Mateo y yo sonreíamos, sintiéndonos orgullosos de nuestra hazaña.
Los niños se acercaron a nosotros y nos agradecieron también.
- Fueron muy valientes al ayudar a nuestra mamá - dijo uno de ellos.
- Sí, no sabemos qué haría sin ustedes - añadió el otro, sonriendo con alegría.
Al mirar a la Llorona y sus hijos reunidos, sentimos una gran satisfacción en nuestros corazones.
- La amistad es lo más poderoso que podemos tener - reflexionó Mateo mientras nos retirábamos.
- Y siempre hay esperanza, aunque las cosas parezcan difíciles - añadí.
Con un abrazo a la Llorona y sus hijos, regresamos a jugar al parque. Sabíamos que, aunque la vida estuviera llena de retos, siempre había espacio para la solidaridad y la esperanza. Y sí, a veces hasta el llanto se puede transformar en alegría cuando uno ayuda.
Desde aquel día, Mateo y yo aprendimos que ayudar a los demás no solo trae felicidad a otros, sino que también llena nuestro propio corazón de alegría.
Los días pasaron y cada vez que pasábamos por aquel arbusto, sonreíamos recordando la aventura. Habíamos hecho amigos, aprendido sobre la importancia de la bondad, y eso siempre estaría en nuestro corazón.
Y así quedamos, siempre dispuestos a ayudar a quienes lo necesitaran, porque habíamos visto que incluso las lágrimas pueden convertirse en sonrisas.
FIN.