La Lonchera de Daniel
En un pueblo rodeado de colinas verdes, vivían cuatro amigos: Sofía, Lucas, Victoria y Daniel. Eran inseparables y estudiaban juntos en la misma escuela. Todos los días, a las once en punto, sonaba el timbre y corrían al patio para disfrutar de la hora de lonchera.
Ese día, como siempre, Sofía sacó una caja de frutas frescas, Lucas una ensalada colorida y Victoria unos sándwiches de lechuga y tomate. Pero al mirar a Daniel, se dieron cuenta de que había traído solo una botella de agua.
"¿Daniel, no traés nada de comida hoy?" - preguntó Sofía con preocupación.
"No, solo agua. Hoy en casa no había nada y no comí antes de salir" - respondió Daniel, bajando la mirada.
Los tres amigos se miraron entre sí, sintiéndose tristes por su compañero. Sabían que era importante comer bien para mantenerse fuertes y activos, así que decidieron compartir sus comidas con él.
"Podés probar mi ensalada, está riquísima" - dijo Lucas, mientras le ofrecía su tupper.
"Y yo te daré un poco de mi fruta" - añadió Sofía, sonriendo.
"¡Y yo tengo un sándwich de sobra!" - exclamó Victoria, emocionada de ayudar.
Daniel sonrió, pero se sentía un poco culpable por tener que depender de los demás. Sabía que sus amigos no se molestaban, pero deseaba llevar algo también para compartir. La semana comenzó a pasar, y la situación se repetía. Daniel no lograba llevar nada para la lonchera.
Un día, después de un rato de hablar sobre el tema, Victoria tuvo una idea brillante.
"¡Chicos! ¿Qué tal si hacemos un pequeño huerto en el patio de la escuela para cultivar nuestras propias verduras? Así todos podemos colaborar y llevaremos algo para la lonchera cada día" - sugirió entusiasmada.
Todos estuvieron de acuerdo y se pusieron manos a la obra. Al día siguiente, llevaron macetas, tierra y semillas de lechuga, tomate y zanahorias. Con la ayuda de la maestra, empezaron a plantar y cuidar su huerto, regando las plantas y asegurándose que cada uno tuviera un turno para cuidar su pequeño jardín.
Pasaron las semanas y vieron cómo sus plantas comenzaban a crecer. Daniel, por fin, se sintió más feliz al ver que su esfuerzo para cuidar el huerto estaba dando frutos.
"¡Miren! ¡La lechuga ya creció!" - gritó Daniel un día, lleno de emoción.
"¡Es un milagro de la naturaleza!" - bromeó Lucas, mientras todos se reían y lo celebraban.
Finalmente, llegó el día en que pudieron cosechar las primeras lechugas. Todos estaban llenos de alegría y expectativa. Por fin tenían comida fresca y saludable para compartir.
"¡Ahora, cada uno puede preparar su propio sándwich para la lonchera!" - dijo Sofía, mientras todos ponían de acuerdo qué llevarían.
"Hay suficiente para que traigamos también para los otros chicos de la clase" - agregó Lucas con una sonrisa.
Al día siguiente, todos los niños de la clase se sorprendieron al ver a Daniel llevar un sándwich gigantesco, hecho con lechuga fresca de su propio huerto.
"No puedo creer que esto sea de nuestro huerto, ¡qué increíble!" - comentó uno de sus compañeros.
Daniel se sintió muy orgulloso. No solo había logrado llevar algo a su lonchera, sino que también había aprendido la importancia de cultivar lo que comemos y de ayudar a los demás.
"Gracias, chicos, por ayudarme a hacer esto posible. ¡Juntos hacemos un gran equipo!" - dijo Daniel, mirando a sus amigos con gratitud.
A partir de ese día, la hora de lonchera se volvió más divertida y saludable, y todos, incluyendo a Daniel, llevaban algo para compartir. Aprendieron que, gracias al trabajo en equipo y la amistad, podían hacer cosas maravillosas y disfrutar de esos momentos juntos.
Así, en ese pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, los cuatro amigos vivieron felices, compartiendo risas, comidas saludables y la alegría de haber hecho crecer un huerto lleno de sueños.
FIN.