La Luna Amistosa


Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, dos hermanitos llamados Lino y Maite. Eran curiosos y aventureros, siempre buscando nuevas formas de aprender y descubrir el mundo que los rodeaba.

Un día, mientras jugaban en el jardín trasero de su casa, vieron algo brillante en el cielo. Era la luna, radiante y llena de misterio.

Lino se acercó a su hermana y le dijo emocionado:- ¡Maite! ¿Te imaginas si pudiéramos ir a la luna? Sería increíble explorar ese lugar tan lejano. Maite sonrió con entusiasmo y respondió:- ¡Sería genial! Pero no sé cómo podríamos llegar hasta allá. Lino se puso a pensar durante unos minutos y tuvo una idea maravillosa.

Se acercó corriendo hacia su bicicleta roja y gritó:- ¡Ya sé! Podemos construir un cohete con cosas que tenemos en casa. Así podremos viajar hasta la luna.

Con gran emoción, los hermanitos buscaron cartones, tubos de papel higiénico y cinta adhesiva para comenzar a construir su propio cohete espacial. Pasaron días enteros trabajando en él con mucho esfuerzo y dedicación. Finalmente, llegó el momento del lanzamiento.

Con sus trajes espaciales improvisados hechos con bolsas negras de basura, Lino subió al cohete seguido por Maite. Apretaron los botones imaginarios e hicieron ruidos como si estuvieran despegando hacia las estrellas. El cohete comenzó a moverse, subiendo cada vez más alto.

Lino y Maite se miraron emocionados mientras veían cómo la Tierra se alejaba poco a poco. Pero de repente, algo salió mal. El cohete comenzó a temblar y perdió el control. - ¡Lino! ¡Maite! ¡Agárrense fuerte! -gritó Lino mientras trataba de mantener el control del cohete.

Después de unos momentos angustiantes, el cohete finalmente se estabilizó y pudo continuar su viaje hacia la luna. Los hermanitos respiraron aliviados y continuaron con su aventura.

Cuando llegaron a la luna, quedaron maravillados por lo que veían: cráteres gigantes, montañas extrañas y un paisaje completamente diferente al de la Tierra. Se quitaron los cascos para poder respirar mejor y exploraron todo lo que encontraban a su paso. Pero entonces, notaron un pequeño extraterrestre llorando en una esquina lunar.

Se acercaron con cuidado y vieron que tenía una pata lastimada. - ¿Qué te pasó? -preguntó Maite con ternura. El extraterrestre sollozante respondió:- Me caí cuando estaba jugando con mis amigos lunares.

Ahora no puedo volver con ellos porque no puedo caminar. Lino e Maite intercambiaron una mirada determinada y dijeron al unísono:- No te preocupes, nosotros te ayudaremos a volver a casa. Con mucho cuidado, los hermanitos levantaron al pequeño extraterrestre y lo llevaron hasta su cohete espacial averiado.

Usaron sus habilidades de construcción para arreglarlo y, juntos, emprendieron el viaje de regreso a la luna. Cuando finalmente llegaron al hogar del extraterrestre, todos los amigos lunares estaban esperándolos con alegría.

Agradecidos por su ayuda, le dieron a Lino y Maite un regalo especial: una piedra lunar brillante como muestra de su amistad. Lino y Maite se despidieron de sus nuevos amigos con lágrimas en los ojos y retornaron a la Tierra.

Al llegar a casa, contaron emocionados todas las aventuras que habían vivido en la luna. Desde ese día, Lino y Maite entendieron que no hay límites para la imaginación y que siempre se puede encontrar una forma de ayudar a los demás.

Y aunque nunca más volvieron a la luna físicamente, siempre llevaron consigo el recuerdo de esa increíble experiencia espacial que cambiaba sus vidas para siempre.

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