La Luna Brillante
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, un grupo de niños que siempre se reunían al caer la noche para jugar en un claro bajo la luz de la luna. La luna era su amiga, siempre brillante y llena, iluminando sus risas y aventuras. Una noche, la luna se volvió más brillante que nunca y empezó a hablar.
- ¡Hola, pequeños aventureros! - dijo La Luna con una voz suave como el viento.
Los niños se miraron sorprendidos.
- ¿Quién habla? - preguntó Sofía, la más curiosa de todas.
- Soy yo, La Luna, y tengo una misión para ustedes. - respondió La Luna.
Los niños se agruparon, intrigados.
- ¿Qué misión? - preguntó Juan, siempre ansioso por la aventura.
- Necesito que me ayuden a encontrar las Estrellas Perdidas. Ellas son mis amigas y están muy tristes porque se sienten olvidadas. Quiero que las traigan de vuelta a mi lado para que brillen junto a mí otra vez. - dijo La Luna con un tono melancólico.
- ¿Cómo podemos encontrar a las estrellas? - preguntó Ana, con su mirada apagada por la duda.
- Las estrellas se esconden en los corazones de todos, pero muchos no las ven. Necesitarán ayudarlas a brillar de nuevo. ¿Están listos para el desafío? - aclaró La Luna, iluminando el claro aún más con su luz mágica.
Los niños se miraron entre ellos y, llenos de emoción, gritaron al unísono:
- ¡Sí, estamos listos!
La Luna sonrió y creó un camino de luz que los llevó a un lugar especial.
- Aquí encontrarán a sus primeras Estrellas. - les anunció.
El camino serpenteaba entre árboles frondosos y al final había un estanque que reflejaba las constelaciones.
- Para que las estrellas brillen, deberán hacer un acto de bondad. - explicó La Luna. - Piensen en algo que puedan hacer para hacer felices a los demás.
Los niños se pusieron a hablar entre ellos. Juan recordó algo que había visto en su casa:
- ¡Puedo ayudar a la señora Marta a regar sus plantas! - dijo.
- Yo puedo llevar algunos juguetes a los chicos que no tienen. - añadió Sofía.
- ¡Y yo haré tarjetas de agradecimiento para mis profesores! - exclamó Ana.
Con cada acto de bondad que los niños decidirían realizar, una luz brillaba en el estanque, reflejando una estrella que volvía a brillar.
Después de una semana de ayudar a los demás, los niños regresaron al estanque y se dieron cuenta de que las estrellas ahora brillaban más que antes.
- ¡Lo logramos! - gritó Juan, lleno de alegría.
- Pero, La Luna, ¿de verdad las Estrellas Perdidas están aquí? - preguntó Sofía, algo desconfiada.
La Luna apareció sobre sus cabezas, más brillante que nunca.
- ¡Lo han hecho! Al llenar de bondad sus corazones, han recuperado lo que estaba perdido. Ahora las estrellas brillan en cada uno de ustedes. - dijo La Luna con orgullo. - Recuerden, siempre que hagan el bien, las estrellas se multiplicarán.
Los niños empezaron a ver pequeñas luces en su pecho, como estrellas. Las abrazaron y sonrieron, sabiendo que siempre llevarían a las estrellas dentro de ellos.
- ¿Podemos volver a jugar bajo tu luz cada noche? - preguntó Ana, imaginándose aventuras futuras.
- Claro, mis pequeños amigos. Siempre que sigan haciendo el bien, estaré aquí, brillando más que nunca. - afirmó La Luna.
Desde entonces, el claro se llenó no solo de risas, sino también de actos de bondad. Cada noche, los niños miraban a la Luna, agradecidos por su brillo y listos para nuevas aventuras.
- Siempre hay un momento para hacer el bien, y eso hace que las estrellas nunca se pierdan. - les dijo Juan, con una sonrisa que iluminaba su rostro como la luna misma.
Y así, en un pequeño pueblo bajo la luz de La Luna, los niños aprendieron que cada acto de bondad era una estrella que brillaba en el infinito. Las estrellas estaban de vuelta, gracias a su amor y su deseo de ayudar a los demás.
La Luna se despidió, pero nunca se alejó del corazón de los niños, quienes desde ese día supieron que las estrellas brillan en aquellos que hacen el bien, y que la verdadera magia está en compartir y cuidar a quienes los rodean.
FIN.