La Luna de Cristalina

En una ciudad muy especial llamada Cristalina, donde las gemas brillaban con intensidad y los portales mágicos se abrían en cada esquina, vivía una niña llamada Luna.

Luna era una niña curiosa y valiente, a la que le encantaba explorar cada rincón de su mágica ciudad. Un día, mientras paseaba por el parque de cristal, Luna descubrió un portal secreto escondido detrás de un árbol centenario.

Sin dudarlo, decidió cruzarlo y se encontró en un lugar completamente diferente: un bosque encantado lleno de criaturas mágicas. Luna estaba maravillada con todo lo que veía a su alrededor, pero pronto se dio cuenta de que algo no estaba bien en ese lugar.

Las criaturas parecían tristes y apagadas, como si les faltara algo. Fue entonces cuando Luna recordó el don especial que todos los habitantes de Cristalina poseían: la capacidad de compartir su luz interior para hacer felices a los demás.

Decidida a ayudar a las criaturas del bosque encantado, Luna comenzó a compartir su propia luz con ellos. Poco a poco, las criaturas empezaron a brillar con intensidad y alegría, llenando el bosque de magia y color.

"¡Gracias por traer tu luz a nuestro bosque!", dijo un hada emocionada. "¡Eres realmente especial!", exclamó un duende saltarín. "Nunca olvides el poder que tienes dentro de ti", susurró un unicornio majestuoso.

Luna sonrió feliz al ver la transformación que había logrado con su don especial. Comprendió entonces que la verdadera magia reside en la capacidad de dar amor y alegría a quienes lo necesitan. Al regresar a Cristalina, Luna decidió seguir compartiendo su luz con todos los habitantes de la ciudad.

Gracias a ella, Cristalina se convirtió en el lugar más brillante y feliz del mundo entero.

Y así, entre gemas resplandecientes y portales mágicos, Luna demostró que cualquier persona puede hacer del mundo un lugar mejor si comparte su luz interior con generosidad y amor. La magia estaba en ella todo este tiempo; solo tuvo que descubrirla y dejarla brillar.