La Luna que iluminó corazones



Había una vez en un lugar inhóspito, lejos de la ciudad, vivía una niña llamada Luna junto a su madre. Ellas eran las únicas habitantes de ese lugar olvidado, rodeado de montañas escarpadas y árboles frondosos.

A pesar de la belleza natural que los rodeaba, nadie quería acercarse a ellas. Las personas del pueblo cercano eran hermosas, inteligentes, adineradas y siempre perfumadas con fragancias exquisitas.

Pero tenían un corazón frío y despreciaban a Luna y su madre por ser diferentes. Ellas no tenían joyas brillantes ni vestidos elegantes; solo tenían el amor que se profesaban mutuamente. Un día, mientras Luna jugaba cerca del río, escuchó unos gritos desesperados.

Corrió hacia donde provenían los sonidos y vio a un anciano atrapado en medio del agua turbulenta. Sin dudarlo, Luna se lanzó al río y con valentía logró rescatarlo. - ¡Gracias pequeña! -exclamó el anciano entre lágrimas-. Eres muy valiente y generosa.

Luna sonrió tímidamente y lo ayudó a salir del agua. El anciano resultó ser un mago poderoso que había quedado atrapado por una maldición. Como recompensa por salvarlo, le concedió a Luna tres deseos.

Luna regresó a su casa emocionada para contarle a su madre lo ocurrido. Juntas pensaron en cómo podrían utilizar esos deseos para mejorar sus vidas, pero pronto se dieron cuenta de algo importante: ya tenían todo lo que necesitaban el uno al otro.

- Mamá, creo que mi primer deseo es tener la oportunidad de cambiar la actitud de las personas del pueblo hacia nosotras -dijo Luna con determinación. El mago asintió con una sonrisa sabia y realizó el hechizo.

Al día siguiente, cuando las personas salieron de sus casas, se sorprendieron al ver a Luna y su madre rodeadas de luz dorada y emanando bondad y amor incondicional.

Poco a poco, los corazones helados de los habitantes del pueblo se fueron ablandando ante la presencia radiante de Luna y su madre. Comenzaron a acercarse tímidamente para conocerlas mejor e incluso les ofrecieron ayuda y amistad sincera.

Con el tiempo, aquel lugar inhóspito se convirtió en un hogar cálido lleno de risas y alegría gracias al amor inquebrantable de Luna y su madre. Y así demostraron que la verdadera riqueza no está en las joyas ni en la apariencia externa, sino en el valor del corazón humano.

FIN.

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