La Luna que se Perdió en el Río



Había una vez una luna que se cansó de brillar en el cielo. Cada noche iluminaba el mundo desde lo alto, pero sentía que necesitaba experimentar la vida de cerca, entre los humanos. Una noche, se deslizó suavemente por un río plateado y, al hacerlo, se perdió en sus aguas.

En la aldea cercana, un joven pescador llamado Martín recorría el río, buscando peces para llevar a su casa. Tan preocupado estaba por su tarea que no notó nada extraño en el cielo. Sin embargo, esa noche, el río brillaba de una manera especial. Martín, al acercarse a la orilla, se dio cuenta que las aguas reflejaban una luminosidad mágica.

"¿Qué es esto?" - se preguntó el joven, maravillado.

Inclinándose, vio que entre las olas flotaba la luna, atrapada en un remolino de agua.

"Hola, joven pescador. Mi nombre es Luna, y me he perdido. Nunca había estado tan cerca de la tierra como ahora" - dijo la luna con una voz suave y serena.

Martín, asombrado por la belleza de la luna, sonrió.

"Eres tan hermosa, pe... pero ¿cómo puedo ayudarte a volver al cielo?"

La luna suspiró.

"No estoy segura. No quiero volver sin haber conocido los rincones de esta tierra. La vida en el cielo puede ser brillante, pero aquí hay belleza en cada rincón. ¿Podrías mostrarme tu mundo?"

Martín se sintió conmovido. Sabía que la luna le ofrecía la oportunidad de vivir una aventura única.

"Por supuesto. Podemos explorar juntos. Pero primero, ¿te gustaría dar un paseo por el río?"

La luna brilló aún más, como si iluminara la noche.

"¡Sí!"

Martín subió a una pequeña canoa y, con la luna iluminando su camino, comenzaron a navegar por el río. Pasaron por hermosos paisajes: campos llenos de flores, bosques misteriosos y montañas altísimas. La luna observaba fascinada.

Unas noches después, mientras recorrían un sendero en el bosque, la luna notó algo extraño.

"Martín, escucha, hay algo que no está bien. ¿Puedes oír eso?"

Martín se detuvo un momento. De repente, unos ruidos provenientes de la maleza lo hicieron temblar.

"Esos deben ser los lobos, le tengo miedo a los lobos" - confesó Martín.

La luna, al ver el temor en el rostro del joven, decidió actuar.

"No temas, Martín. A veces, lo que nos asusta puede ser enfrentado con valentía. Vamos a asomarnos y ver qué sucede."

Con un suspiro de confianza, se acercaron juntos y vieron que no eran lobos, sino un grupo de ciervos buscando algo para comer.

"Mira, Martín, no eran lo que pensabas.

"Es verdad, no había razón para temer" - dijo Martín, sintiéndose un poco más valiente.

Los días pasaron y la luna aprendió sobre la vida en la tierra. Jugaba con los niños del pueblo, escuchaba las historias de los ancianos y contemplaba el atardecer con Martín. Pero la luna sabía que tenía que regresar al cielo.

Cierta noche, se sentó junto a Martínez y, con una voz de tristeza, dijo:

"Martín, he disfrutado cada instante contigo. Pero no puedo quedarme aquí para siempre. Debo regresar a mi hogar. La noche te necesita a ti, y yo debo iluminar el cielo nuevamente."

El joven pescador sintió una punzada de tristeza en su corazón.

"Voy a extrañarte, Luna. Has sido un regalo en mi vida, y siempre recordaré nuestra amistad."

La luna sonrió.

"Siempre estaré contigo, mirándote desde arriba. No te olvides de que la valentía y la curiosidad son las luces más brillantes que puedes tener."

Con esas palabras, la luna comenzó a elevarse. El río la rodeaba con su resplandor mientras se elevaba por el cielo.

Desde esa noche, Martín miraba hacia arriba cada vez que pescaba. Y siempre, en su corazón, llevaba la lección que había aprendido: que la verdadera beauty está en las pequeñas cosas y que cada experiencia, por simple que sea, contribuye a su luz interna.

FIN.

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