La Luna Traviesa
Había una vez, en un pueblo mágico rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos, donde la gente contaba historias increíbles sobre la luna. Decían que la luna estaba loca, y que era porque le encantaba ser diferente.
Todos los niños del pueblo se reunían cada noche en el claro del bosque para observarla, y siempre encontraban algo nuevo que contar al día siguiente. Pero un día, la luna realizó algo inesperado.
"¡Hey, parece que la luna está loca!" exclamó Facu, un niño curioso y valiente. "Sí, dicen que es de queso y baila sola", agregó Lara, su amiga aventurera. "Yo también escuché que canta canciones de cuna en las noches", dijo Martín, un niño soñador.
Entonces los tres decidieron investigar más sobre la luna loca. Siguiendo un mapa dibujado por un anciano sabio, emprendieron una travesía hacia el monte Ámbar, donde se decía que la luna tenía un espejo mágico.
Al llegar, se encontraron con un conejo travieso que los condujo hasta una cueva escondida. Dentro de la cueva, descubrieron a la luna bailando al ritmo de una melodía suave, no de cuna, pero sí encantadora. "¿Por qué bailas sola?", preguntó Facu con curiosidad.
"Porque me gusta ser diferente", respondió la luna con una sonrisa brillante. "¿Es verdad que miras tu reflejo en el mar para sentirte más segura?", preguntó Lara con asombro.
"Sí, porque cada vez que lo hago, recuerdo quién soy y me siento más fuerte", confesó la luna con ternura. Los niños comprendieron que la luna no estaba loca, solo era única en su forma de ser, y eso la hacía especial. Regresaron al pueblo con la valiosa lección de aceptar y celebrar la diversidad.
Desde entonces, cada noche, se reunían en el claro del bosque para contar historias no solo sobre la luna, sino sobre el valor de ser auténtico. La luna traviesa se convirtió en su símbolo de amistad y respeto hacia todos.
Y así, la magia de la luna loca les enseñó que la verdadera locura está en no ser uno mismo.
FIN.