La Luna Viajera


En una noche estrellada, la luna observaba con tristeza cómo los niños jugaban bajo la brillante luz del sol.

Ella anhelaba poder ser testigo de esos momentos tan especiales, pero su brillo pálido no le permitía iluminar la tierra durante el día. La envidia creció en su corazón, y un día, cansada de sentirse excluida, decidió huir, dejando el cielo en completa oscuridad.

"Me marcho en busca de un lugar donde pueda ver a los niños jugar sin estar a la sombra del sol", murmuró la luna mientras se desvanecía en la negrura. Sin la luna, la noche se volvió tenebrosa, y los niños no pudieron disfrutar de sus juegos nocturnos.

Los animales no sabían cuándo dormir ni cuándo despertar, y todo estaba sumido en el caos. El mundo necesitaba desesperadamente el brillo y la calidez de la luna. Pasaron muchas noches, y la tristeza se apoderó de los corazones de todos.

Sin embargo, un día, la luna regresó, con un brillo renovado y una sonrisa en su rostro plateado. Había recorrido el mundo, observando a los niños jugar en diferentes lugares, y finalmente comprendió que su luz era tan necesaria como la del sol.

"Perdón por haberme ido", dijo la luna humildemente. "Ahora entiendo la importancia de mi luz en la noche, y deseo iluminar los corazones de los niños mientras disfrutan de sus juegos nocturnos".

Desde ese día, la luna brilló con renovado amor, iluminando las noches con su luz plateada y observando con alegría a los niños correr y reír bajo su resplandor.

Los niños aprendieron a valorar la presencia de la luna en la noche, y la importancia de apreciar lo que cada ser brinda al mundo. La luna entendió que su luz era única y especial, al igual que la del sol, y juntos lograron equilibrar el día y la noche con su amorosa presencia.

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