La Luna y el Pequeño Estrella
Había una vez, en un pueblito rodeado de montañas y ríos, un pequeño niño llamado Tomás. A Tomás le encantaba observar el cielo nocturno. Desde su ventana, cada noche veía brillar a La Luna, que con su luz plateada iluminaba todo a su alrededor.
"Mirá, mamá, ¡La Luna se ve más grande hoy!" - decía Tomás, emocionado.
"Sí, Tomás, parece que quiere hablarte" - sonreía su mamá.
Un día, Tomás decidió que quería saber más sobre La Luna. Así que, con su amigo Martín, subieron a la colina más alta del pueblo. Allí, con un telescopio, pudieron observarla de cerca.
"¿Y si La Luna estuviera un poco más cerca?" - musitó Martín.
De repente, un gran destello de luz llenó el cielo y, ante sus ojos, apareció un pequeño camino de estrellas que conducía hacia La Luna.
"¿Qué es eso?" - preguntó Tomás, con los ojos muy abiertos.
Sin pensarlo dos veces, ambos chicos decidieron seguir ese camino de estrellas. Caminaron y caminaron, hasta que llegaron a un lugar mágico, donde todo brillaba como la luz de la luna.
Y allí estaba La Luna, hermosa y brillante, pero ¡sorpresa! Era más pequeña de lo que pensaban, como una gran bola de cristal.
"Hola, pequeños amigos" - dijo La Luna con una voz suave.
"¿Tú hablas?" - exclamó Tomás.
"Sí, chicos, y he estado esperando que alguien venga a visitarme. ¿Quisieran jugar conmigo?" - sonrió La Luna.
Los chicos no podían creerlo. Jugaron a atrapar destellos de luz, a volar en nubes de algodón y a hacer carreras con los cometas. La Luna les enseñó trucos especiales para bailar en el aire y, lo más sorprendente, les contó cómo había influido en las mareas del océano y cómo las plantas crecían gracias a su luz.
"¿De verdad?" - preguntó Tomás, entusiasmado.
"Sí, yo soy la guardiana de la noche. Sin mí, muchas cosas en la Tierra no serían posibles" - explicó La Luna.
Así pasaron horas, jugando y aprendiendo. Pero llegó un momento en que Tomás miró el reloj que llevaba en su muñeca y se dio cuenta de que su mamá lo estaría buscando.
"La Luna, no quiero irme" - dijo, un poco triste.
"Pero debes volver, pequeño. Aunque la distancia nos separe, siempre estaré ahí, alumbrando tu camino" - le dijo La Luna.
"Prometo mirarte cada noche y nunca olvidar lo que me enseñaste" - respondió Tomás, sintiendo una mezcla de alegría y tristeza.
Con un giro en el aire, cada niño tomó un camino hasta llegar a su pueblo. Se despidieron de La Luna, prometiendo regresar.
Desde esa noche, Tomás y Martín aprendieron a observar el cielo de una manera diferente. Empezaron a contarle a los demás sobre sus aventuras y cómo La Luna contribuía a la naturaleza. Incentivaron a sus amigos a cuidar el medio ambiente y respetar la naturaleza.
Y así, cada vez que miraban a La Luna en el cielo, sonreían, recordando cómo una simple aventura les enseñó sobre la importancia de cuidar su planeta y la magia que existe en el universo.
Desde entonces, cada año, el pueblo organizaba una noche de estrellas donde todos compartían historias sobre sus sueños y aprendizajes. Y cada vez que La Luna se veía más grande, Tomás y Martín sabían que la magia de aquella noche seguía viva en sus corazones.
FIN.