La Luz de la Amistad



En la Casa de la Esperanza, los días transcurrían entre risas, juegos y momentos de complicidad.

Los niños y niñas compartían sus sueños y anhelos, creando un ambiente cálido y familiar a pesar de las adversidades que habían enfrentado en el pasado. Un día, llegó al orfanato una nueva niña llamada Luna. Tenía grandes ojos brillantes y una sonrisa tímida que iluminaba la habitación.

Luna había perdido a sus padres en un accidente cuando era muy pequeña, y desde entonces había vivido en diferentes hogares temporales hasta llegar a La Casa de la Esperanza. Al principio, Luna se mostraba reservada y triste.

Extrañaba a sus padres y le costaba adaptarse a su nueva vida en el orfanato. Sin embargo, los demás niños y niñas la recibieron con cariño y paciencia, incluyéndola en sus juegos e invitándola a participar en las actividades diarias.

"¿Por qué estás tan callada, Luna? ¡Ven a jugar con nosotros!", exclamó Martín, uno de los niños más traviesos del grupo. Luna asintió tímidamente y se unió al juego. Poco a poco, fue ganando confianza y comenzó a abrirse ante sus nuevos amigos.

Descubrió su pasión por la pintura y pasaba horas dibujando paisajes coloridos llenos de alegría. Una tarde, mientras pintaba bajo la sombra de un árbol frondoso, Luna escuchó sollozos provenientes del jardín trasero del orfanato.

Intrigada, se acercó sigilosamente y descubrió a Sofía, otra niña del orfanato que lloraba desconsoladamente. "¿Qué te pasa, Sofía? ¿Puedo ayudarte en algo?", preguntó Luna con voz suave. Sofía levantó la mirada sorprendida por la presencia de Luna pero pronto se sintió reconfortada por su amabilidad.

Le contó que extrañaba mucho a su hermanito menor Lucas, quien había sido adoptado hacía unos meses por una familia amorosa pero ella aún no lograba superar su ausencia.

Luna escuchó atentamente las palabras entrecortadas de Sofía e inmediatamente supo qué hacer para animarla. Recordó el poder sanador que tenía el arte en momentos difíciles como aquellos e invitó a Sofía a pintar junto a ella.

Las dos niñas pasaron horas dibujando juntas: colores brillantes salpicaban el lienzo blanco mientras risas llenaban el jardín antes silencioso. Poco a poco, Sofía dejó atrás su tristeza y encontró consuelo en la compañía amorosa de Luna.

Los días pasaron rápidamente en La Casa de la Esperanza; cada jornada traía consigo nuevas aventuras y aprendizajes para los niños y niñas que habitaban allí. Luna descubrió no solo el valor de la amistad verdadera sino también su capacidad para brindar esperanza incluso en los momentos más oscuros.

Y así fue como La Casa de la Esperanza se convirtió no solo en un hogar para aquellos niños sin familia sino también en un refugio donde florecían sueños compartidos e historias entrelazadas por hilos invisibles pero indestructibles: los lazos del corazón.

FIN.

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