La Luz de la Creación



Había una vez, antes de que existieran las montañas, los ríos, los animales y las personas, solo existía una luz muy especial. Esa luz era pura alegría y amor, y tenía un brillo que podía iluminar hasta el rincón más oscuro del universo. Un día, la luz decidió que era hora de crear un mundo hermoso y lleno de vida.

"¡Que haya luz!", proclamó con una sonrisa resplandeciente.

De inmediato, el cielo se llenó de brillos, y en el corazón de esa luz comenzó a formarse un paisaje mágico. A medida que la luz se expandía, comenzaron a aparecer colores vibrantes: verdes intensos, azules profundos y amarillos radiantes. Las montañas se elevaron majestuosamente, los ríos comenzaron a fluir y los árboles comenzaron a erguirse.

"¡Guau, qué hermoso!" exclamó la luz.

Sin embargo, a pesar de la belleza de su creación, la luz se dio cuenta de que faltaba algo muy importante.

"Hmm, necesito habitantes para cuidar de este mundo", pensó.

Así, decidió crear a los animales. Un pequeño conejo blanco apareció brincando por el prado. Luego, un colorido loro voló entre las ramas. Después, un ágil ciervo corrió con gracia por el bosque. La luz sonrió.

"Ahora, este lugar tiene vida", dijo contenta.

Pero pronto, la luz se dio cuenta de que los animales necesitaban un hogar, así que creó montañas altas, ríos que cantaban su propia canción y llanuras infinitas donde los animales pudieran jugar felices.

"¡Esto es maravilloso!" gritó un loro en el cielo.

Sin embargo, aunque los animales vivían felices, la luz no se sentía completamente satisfecha.

"Hay algo más que debo hacer", murmuró. Y así, la luz creó a los humanos, personas llenas de imaginación y curiosidad, que podrían cuidar y explorar este mundo.

Cuando los humanos comenzaron a llegar, cada uno tenía un aire de asombro. Una niña se acercó a una mariposa que revoloteaba alrededor.

"¡Qué linda sos!", le dijo la niña.

La mariposa, asombrada de que alguien pudiera hablarle, respondió:

"Gracias, pequeña. ¿Sabes que soy parte de esta hermosa creación?"

La luz, observando esta interacción, sintió que todo era perfecto. Pero, como todo en la vida, no todo salió como había planeado. Los humanos, a veces, se olvidaban de cuidar su hogar.

"No creo que sea necesario regar eso", dijo un niño mientras jugaba en una parte del bosque.

La luz vio que algunos árboles comenzaron a marchitarse y algunas aves ya no cantaban.

"Debo hacer algo", pensó. Y así, decidió tocar el corazón de los humanos para que recordaran lo importante que era cuidar su hogar.

Una mañana, una fuerte tormenta llegó, llenando ríos y lagos hasta que la vida en el bosque floreció nuevamente. La niña de antes observó cómo el agua traía alegría a su mundo.

"¡Debemos cuidar esto!", exclamó.

Y así, un grupo de amigos se unió a ella. Juntos, comenzaron a plantar árboles, recolectar basura y cuidar a los animales. Cada acto de bondad era como un rayo de luz en su corazón.

"¡Mirá cómo crece este árbol, chicos!" dijo uno.

Paso a paso, el bosque floreció. Los animales volvían a cantar, los árboles crecían fuertes y saludables, y la luz sonreía al ver cómo los humanos cuidaban de su hogar.

"¡Lo lograste!", dijo la mariposa a la niña.

"No solo yo, ¡todos lo hicimos!" respondió ella.

La luz, satisfecha con su obra, continuó brillando. Aprendió que a veces, incluso la creación más hermosa necesita un poco de ayuda y amor.

Y desde entonces, cada vez que brillaba el sol, los humanos recordaban lo vital que era cuidar su mundo. Así fue cómo la luz, los animales y los humanos encontraron el equilibrio perfecto y disfrutaron de un hogar unido y lleno de vida.

FIN.

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