La Luz de la Esperanza


Había una vez un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, donde todos sus habitantes vivían en la oscuridad. No había luz eléctrica ni farolas que iluminaran las calles durante la noche.

Sin embargo, en medio de ese oscuro paisaje, se encontraba una casa muy especial: la casa de los duendis. Los duendis eran unos seres diminutos y traviesos que vivían en esa pequeña casita llena de colores y luces brillantes.

Durante el día, salían a jugar por el pueblo y ayudaban a los demás habitantes con sus tareas diarias. Un día, llegó al pueblo una familia nueva: los Mendoza. Estaban conformados por papá Juan, mamá Laura y su hija Sofía.

Eran una familia muy feliz, pero se sentían tristes al ver cómo todos los demás vecinos vivían en la oscuridad. Sofía era una niña curiosa e inquieta que siempre buscaba respuestas a todas sus preguntas.

Un día decidió explorar el pueblo en busca del misterio detrás de la casa de los duendis. Al llegar cerca de la casita multicolor, escuchó risas y voces llenas de alegría.

Se acercó sigilosamente para no asustarlos y vio a los duendis jugando entre ellos con luces mágicas que iluminaban todo a su alrededor. - ¡Qué hermoso es esto! -exclamó Sofía emocionada-.

¿Por qué solo ustedes tienen luz? Uno de los duendis llamado Lucas se acercó a ella con una sonrisa amigable y respondió:- Nosotros tenemos luz porque hemos descubierto un secreto muy especial. Cada uno de nosotros tiene dentro un corazón lleno de alegría y amor, y cuando compartimos eso con los demás, la luz brilla más fuerte.

Sofía se quedó pensativa por unos segundos y luego dijo:- ¡Entonces todos en el pueblo podrían tener luz si aprendemos a compartir nuestra alegría! Los duendis asintieron emocionados y juntos idearon un plan para iluminar Villa Esperanza.

Decidieron organizar una gran fiesta para que todos los habitantes del pueblo pudieran conocer el secreto de la luz. El día de la fiesta llegó y Sofía invitó a todos los vecinos a acercarse a la casa de los duendis.

Al llegar, se encontraron con una sorpresa maravillosa: las luces brillaban intensamente en cada rincón del pueblo. - ¿Cómo lo hicieron? -preguntó sorprendida María, una vecina curiosa. - Descubrimos que cuando compartimos nuestra alegría con otros, esa alegría se multiplica -explicó Lucas-.

Así es como hemos logrado iluminar el pueblo entero. La gente comenzó a sonreír y abrazarse unos a otros. Compartían historias divertidas, cantaban canciones felices y bailaban al ritmo de la música.

La oscuridad poco a poco fue desapareciendo gracias al poder del amor y la amistad. Desde ese día, Villa Esperanza se convirtió en un lugar lleno de luz y felicidad.

Todos aprendieron que no importa cuán oscuro sea el mundo exterior si llevamos en nuestro interior una chispa de esperanza que podemos compartir con los demás. Y así, gracias a Sofía y los duendis, la alegría y la luz se extendieron por cada rincón del pueblo, recordándoles que siempre hay una forma de iluminar el camino en tiempos oscuros.

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