La luz de Lucinda


Había una vez en un bosque encantado, una luciérnaga llamada Lucinda. Lucinda era especial, ya que cada noche iluminaba el bosque junto con sus amigas las luciérnagas.

Su luz brillante y cálida se podía ver desde la ciudad, donde los niños y niñas admiraban su resplandor. Lucinda y sus amigas sabían que su misión era muy importante. Ayudaban a los animales del bosque a ver en la oscuridad de la noche.

Los búhos, los zorros y hasta los pequeños ratones contaban con ellas para no tropezar o perderse entre los árboles. Un día, mientras volaba por el bosque con sus amigas, Lucinda notó algo extraño.

La luz de las otras luciérnagas parecía apagarse poco a poco. Preocupada, fue a hablar con su abuelo Don Luciano, quien era el sabio del bosque. "Abuelo, estoy preocupada porque nuestras luces están apagándose", dijo Lucinda angustiada. "No te preocupes, querida Lucinda", respondió Don Luciano tranquilamente.

"La vida nos pone obstáculos para que aprendamos cosas nuevas". Lucinda no entendía qué quería decir su abuelo con eso de "obstáculos" y "aprender cosas nuevas". Pero confiaba en él y decidió seguir adelante.

Los días pasaron y las luces de las luciérnagas seguían debilitándose. Los animales del bosque comenzaron a tener dificultades para moverse en la oscuridad.

Los búhos chocaban contra los árboles, los zorros se tropezaban con las raíces y los ratones se perdían en su propio hogar. Lucinda no podía permitir que eso siguiera sucediendo. Decidió buscar una solución y preguntó a todos los animales del bosque si sabían qué estaba pasando. Fue entonces cuando un pequeño erizo llamado Ernesto le dio una pista.

"Lucinda, escuché decir a unos pájaros que había un árbol mágico en el corazón del bosque", dijo Ernesto. "Dicen que allí encontrarás la respuesta". Con esperanza en su corazón, Lucinda voló hacia el árbol mágico.

Encontró sus ramas llenas de hojas brillantes y flores resplandecientes. El árbol parecía estar lleno de vida. "Árbol mágico, ¿por qué nuestras luces se están apagando?", preguntó Lucinda con voz temblorosa.

El árbol respondió con una voz suave pero poderosa: "Querida Lucinda, vuestras luces no se están apagando realmente. Lo que está ocurriendo es que necesitáis descubrir la verdadera fuente de vuestra luz". Confundida pero decidida a entender lo que el árbol le decía, Lucinda siguió buscando respuestas.

Volvió al abuelo Don Luciano y le contó lo que había aprendido del árbol mágico. Don Luciano sonrió y dijo: "Mi querida nieta, la verdadera luz proviene de dentro de ti misma".

Entonces comprendió lo que significaban los obstáculos y aprender cosas nuevas. No se trataba solo de iluminar el bosque, sino de encontrar su propia luz interior. Con esta nueva sabiduría en su corazón, Lucinda volvió al bosque y reunió a sus amigas luciérnagas.

Les explicó lo que había descubierto y juntas decidieron buscar la manera de fortalecer su luz interior. Practicaron meditación, compartieron sus experiencias y ayudaron a los animales del bosque a encontrar su propia luz interior también.

Poco a poco, las luces de las luciérnagas volvieron a brillar con más fuerza que nunca. La noticia sobre la increíble luz del bosque llegó hasta la ciudad. Los niños y niñas quedaron asombrados por el resplandor que veían cada noche desde sus ventanas.

Se dieron cuenta de que esa luz no solo iluminaba el camino a los animales, sino también sus propios corazones. Desde aquel día, Lucinda y sus amigas luciérnagas siguieron iluminando el bosque con su cálida luz.

Pero ahora también inspiraban a todos aquellos que las veían desde la ciudad para encontrar su propia luz interior y ayudar a los demás.

Y así, gracias al valor y determinación de Lucinda, el bosque se convirtió en un lugar lleno de magia donde todos aprendieron la importancia de buscar dentro de sí mismos para encontrar su verdadera esencia luminosa.

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