La luz de Luna en Arcoíris

Había una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, una niña llamada Celeste. Celeste era una niña muy alegre y curiosa, siempre estaba explorando el mundo que la rodeaba con sus manos y su olfato agudo.

Lo que no sabía Celeste es que ella veía el mundo de una manera diferente a los demás niños, ya que había nacido sin la capacidad de ver.

Un día, mientras jugaba en el parque del pueblo, Celeste escuchó a unos pajaritos cantando en los árboles. Se acercó con cuidado y extendió sus manos para sentir las ramas y las hojas.

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De repente, escuchó una vocecita dulce que le preguntaba:- ¿Qué estás haciendo? Celeste se sorprendió al principio, pero luego respondió con entusiasmo:- Estoy explorando este árbol tan bonito. ¿Tú también lo puedes sentir? La vocecita pertenecía a Luna, una niña de su edad que había notado la forma única en la que Celeste interactuaba con el mundo.

Luna se convirtió en la mejor amiga de Celeste y juntas vivieron muchas aventuras emocionantes. Un día, mientras caminaban por el bosque detrás del pueblo, Luna le propuso a Celeste jugar a "Adivina qué hay".

Consistía en vendarle los ojos a Celeste y guiarla para descubrir diferentes objetos utilizando solo el tacto y el olfato. Al principio, Celeste dudó un poco pero luego aceptó emocionada. Luna guiaba delicadamente a Celeste hacia un tronco rugoso de árbol.

- Adivina qué es esto -dijo Luna. Celeste tocó el tronco con cuidado y sonrió. - ¡Es un árbol! Puedo sentir todas sus texturas. Luego siguieron jugando hasta llegar al río cercano donde podían escuchar el agua correr.

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- Ahora te toca adivinar qué es esto -dijo Luna mientras acercaba las manos de Celeste al agua fresca. Celeste rió emocionada cuando sintió las gotas mojar sus dedos. - ¡Es agua! Me encanta cómo suena cuando corre.

Con cada juego nuevo, Celeste desarrollaba aún más sus sentidos y aprendía sobre el mundo que la rodeaba de una manera diferente pero igualmente maravillosa. Un día soleado, mientras paseaban por el campo lleno de flores silvestres, Luna detuvo a Celeste frente a algo especial.

- ¿Qué sientes aquí? -preguntó misteriosamente. Celeste respiró hondo e inhaló un aroma dulce y familiar. - ¡Son flores! -exclamó-. Reconozco su perfume.

Entonces Luna le quitó la venda de los ojos revelando ante ella un campo lleno de girasoles brillantes bajo el sol radiante.

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- ¡Son hermosos! -gritó emocionada-, ¡nunca me imaginé lo grandotes que son! Desde ese día, cada vez que pasaban cerca del campo de girasoles, Luna describía detalladamente su belleza para que Celeste pudiera imaginarlos en todo su esplendor aunque no pudiera verlos con sus ojos. Así fue como Celeste aprendió a apreciar cada momento único usando todos sus sentidos al máximo junto a su fiel amiga Luna.

Y aunque nunca recuperaría la vista como los demás niños del pueblo, eso no le impediría disfrutar plenamente del colorido mundo que tenía frente a ella gracias al amor incondicional y creatividad infinita de quienes la rodeaban.

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