La Luz de Sebastián



Había una vez en un pequeño barrio, un niño llamado Sebastián que siempre parecía llevar una nube gris sobre su cabeza. En su casa, los gritos y los golpes eran tan comunes como el canto de los pájaros en la mañana. Sebastián se sentía muy triste, y sus lágrimas caían como lluvia cada vez que su mamá o sus hermanos lo regañaban.

Un día, mientras exploraba el desván de su casa, Sebastián encontró un viejo libro cubierto de polvo. Al abrirlo, vio que era una Biblia, pero en lugar de asustarse, se sintió curioso. Al pasar las páginas, encontró historias de valentía y amistad.

"¿Cómo pueden ser tan valientes?" - se preguntó Sebastián, dejando que su imaginación volara. "Si ellos pudieron enfrentar sus miedos, tal vez yo también pueda hacerlo."

Así fue como Sebastián comenzó a leer cada noche. Se sumergía en aventuras donde los héroes siempre lograban superar las dificultades. Un día, leyó sobre un valiente guerrero que se enfrentó a un dragón, y eso lo inspiró.

"Si yo fuera valiente como ese guerrero, tal vez pudiera hablar con mis hermanos y hacer que entiendan cómo me siento" - pensó.

Pero al día siguiente, cuando intentó contárselos, las cosas no salieron como él esperaba. En vez de escucharle, sus hermanos solo se rieron de él. Sebastián se sintió aún más triste.

"¿Por qué no me entienden?" - se lamentó.

Un día, mientras estaba sentado solo en el jardín, un pequeño pajarito se acercó a él. El pajarito parecía tener una tristeza parecida a la de Sebastián.

"Hola, amigo" - dijo Sebastián. "¿Por qué estás tan triste?"

El pajarito miró a Sebastián con ojos brillantes y piecito movió como si quisiera decir algo.

"A veces, siento que tampoco soy comprendido" - empezó a cantar.

Ese canto alegre y triste a la vez resonó en el corazón de Sebastián. Entonces, decidió que, aunque sus hermanos no comprendieran su dolor, podría encontrar amigos en otros lugares.

Desde ese día, Sebastián comenzó a ir al parque, donde conoció a otros niños. Se hizo amigos de Clara, una niña que siempre tenía una sonrisa en su rostro, y de Lucas, quien amaba jugar al fútbol. Juntos, se divertían, reían y jugaban, y poco a poco, Sebastián empezó a sentirse mejor.

Un día, mientras jugaban en el parque, Sebastián tuvo una idea brillante.

"¿Por qué no organizamos un partido de fútbol en mi casa?" - sugirió.

Clara y Lucas aceptaron encantados. Sebastián corrió a casa, y con un ladrido fuerte, se presentó a sus hermanos.

"¡Chicos! - dijo Sebastián entusiasmado. - Vamos a jugar a la pelota. Quiero que se unan también."

Sus hermanos se miraron sorprendidos. Aún así, decidieron participar. Al principio, el juego fue un poco caótico con empujones y risas, pero al final, todos se unieron y empezaron a disfrutarlo.

"¡Esto es genial! - exclamó uno de sus hermanos. - Deberíamos hacerlo más seguido."

Sebastián no podía creer lo que estaba escuchando. Había logrado que su familia participara y, más importante aún, se divirtieran juntos.

Desde ese día, los gritos y los golpes fueron reemplazados por risas y juegos. Sebastián dejó de sentir que estaba solo y, aunque todavía había días difíciles, ahora también había días llenos de alegría.

Y en noches tranquilas, mientras se acurrucaba en su cama, recordaba las historias que había leído en aquella Biblia. No eran solo historias de héroes, sino también de esperanza y amor. Así, Sebastián aprendió que todos, incluso su familia, podían cambiar.

Y así, cada nuevo día era una nueva aventura para Sebastián, el niño que había encontrado su luz en un viejo libro. El pajarito, ahora su amigo, lo acompañaba siempre, volando en el cielo azul.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

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