La luz en la oscuridad



Ema era una niña valiente y curiosa. A sus 8 años, siempre estaba buscando nuevas aventuras que la llevaran más allá de su imaginación. Pero esa noche, algo en el aire parecía diferente.

El viento soplaba con fuerza y los árboles se movían inquietos. Mientras Ema se preparaba para ir a buscar su jean colgado en la soga de afuera, empezó a escuchar ruidos extraños provenientes del jardín.

"¿Qué podría ser?", pensó Ema, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de su corazón agitado. Decidida a enfrentar sus temores, Ema salió al jardín lentamente. La oscuridad la rodeaba por todas partes, pero ella no dejó que eso la detuviera.

Con cada paso que daba, recordaba las historias valientes que había leído sobre niños aventureros. Cuando llegó a la soga donde colgaban sus pantalones vaqueros favoritos, notó algo brillante en el césped. Se acercó cautelosamente y descubrió una pequeña luciérnaga perdida.

La luciérnaga parpadeaba débilmente mientras luchaba por encontrar su camino de regreso al bosque cercano. Ema sintió empatía por aquel serito solitario y decidió ayudarlo. Con cuidado, Ema extendió su mano hacia la luciérnaga y esta voló hacia ella.

Juntas caminaron hasta el borde del jardín donde comenzaron a buscar una ruta segura hacia el bosque. En ese momento, un rayo iluminó el cielo nocturno y Ema vio por primera vez lo hermoso que era el mundo en la oscuridad.

Las estrellas brillaban como diamantes en el cielo y los sonidos de la noche cobraron un nuevo significado.

La luciérnaga guió a Ema a través del laberinto de arbustos y árboles, mostrándole cómo encontrar su camino incluso en la más profunda oscuridad. Juntas, superaron obstáculos y desafíos mientras avanzaban hacia el bosque. Finalmente, llegaron a una clara donde había un grupo de luciérnagas esperando.

La pequeña luciérnaga se reunió con los suyos y Ema sintió una sensación de alegría al verla reunirse con su familia. "Gracias por ayudarme", dijo la luciérnaga mientras parpadeaba felizmente. "Nunca olvidaré tu amabilidad". Ema sonrió y se dio cuenta de que no tenía miedo.

Había enfrentado sus temores y descubierto que incluso en las situaciones más oscuras, siempre hay luz para guiar nuestro camino. Con su jean finalmente recuperado, Ema regresó a casa llena de valentía y confianza.

Sabía que, aunque la noche pudiera ser truculenta y llena de ruidos extraños, nunca estaría sola mientras llevara dentro esa chispa valiente que le había enseñado una pequeña luciérnaga. Desde aquel día, Ema siguió buscando aventuras pero ahora sabiendo que siempre habría una luz para iluminar su camino cuando más lo necesitara.

Y así fue como aprendió que enfrentar nuestros miedos nos hace más fuertes y nos enseña lecciones valiosas que recordaremos toda la vida.

FIN.

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