La luz que nunca se apaga


Había una vez un pequeño pueblo llamado Solaz, donde todos sus habitantes vivían felices y contentos bajo la cálida luz del sol. Pero un día, algo inesperado ocurrió: el sol desapareció por completo.

Los días se volvieron oscuros y fríos. Los árboles perdieron su color verde y las flores dejaron de florecer. Los habitantes de Solaz estaban preocupados y tristes, sin saber qué hacer.

En medio de la oscuridad, apareció Lucas, un niño valiente y curioso que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Lucas decidió investigar qué había pasado con el sol y cómo podía devolverlo al pueblo.

Con su linterna en mano, Lucas emprendió un viaje hacia la Montaña de los Sueños, donde se decía que vivía el sabio anciano del pueblo. El sabio era conocido por tener respuestas para todo. Cuando llegó a la cima de la montaña, Lucas encontró al anciano sentado frente a una fogata.

"Sabio anciano", dijo Lucas con voz temblorosa, "¿qué ha pasado con el sol? ¿Cómo puedo traerlo de vuelta?"El anciano sonrió amablemente y le explicó a Lucas que el sol no había desaparecido realmente, sino que había entrado en un profundo sueño debido al cansancio acumulado durante tantos años iluminando al mundo.

"Para despertar al sol", dijo el sabio anciano mientras soplaba sobre unas brasas para avivarlas nuevamente, "necesitarás encontrar tres cosas muy especiales". Lucas escuchaba atentamente mientras el anciano continuaba explicando.

"La primera cosa que necesitas es una estrella fugaz, que te guiará hacia el lugar donde duerme el sol". Lucas agradeció al anciano y se apresuró a buscar una estrella fugaz en el cielo oscuro.

Después de mucho tiempo, vio una brillante atravesar velozmente el firmamento y la siguió hasta llegar a un hermoso prado lleno de flores. Allí encontró la segunda cosa especial: un rayo de luna.

El rayo de luna era tan suave y delicado como la luz del sol, pero no podía iluminar tanto como él. Con ambas cosas en sus manos, Lucas sabía que solo le faltaba encontrar la tercera cosa especial para despertar al sol. Siguiendo su intuición, caminó hasta llegar a un río cristalino.

Fue entonces cuando vio algo brillante flotando en el agua. Era una pequeña chispa de fuego que bailaba sobre las olas. Lucas lo tomó con cuidado y supo que había encontrado lo último que necesitaba: un destello de esperanza.

Lucas regresó al pueblo llevando consigo las tres cosas especiales: la estrella fugaz, el rayo de luna y el destello de esperanza. Reunió a todos los habitantes en la plaza principal y les explicó su plan para despertar al sol.

"Primero debemos encender una gran hoguera con este destello de esperanza", dijo Lucas mientras sostenía la chispa entre sus manos.

"Luego debemos hacer brillar esta luz tenue del rayo de luna para recordarle al sol cuánta belleza hay en el mundo", continuó Lucas mientras mostraba el rayo de luna a todos. Todos los habitantes del pueblo siguieron las instrucciones de Lucas. Encendieron una enorme hoguera y, con la luz del rayo de luna, hicieron que brillara más y más.

Entonces, algo mágico sucedió: el sol comenzó a despertar lentamente. Sus rayos se asomaron por detrás de las montañas y poco a poco iluminaron todo Solaz.

Los árboles volvieron a ser verdes, las flores florecieron nuevamente y los habitantes saltaron de alegría al ver que su querido sol había vuelto. Lucas fue aclamado como un héroe por haber traído la luz de vuelta al pueblo.

Pero él sabía que no lo había hecho solo; había sido gracias a la chispa de esperanza, el rayo de luna y la estrella fugaz que todos habían encontrado juntos. Desde aquel día, Solaz siempre recordó la importancia de valorar la luz del sol y nunca darla por sentada.

Y cada vez que veían una estrella fugaz en el cielo, le daban gracias al niño valiente llamado Lucas por haberles enseñado cómo encontrar la esperanza incluso en los momentos más oscuros.

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