La Madrastra Mágica
Érase una vez, en un pequeño pueblo, una niña llamada Lila que vivía con su papá en una casita colorida. Su papá, un hombre amable, había enviudado hace un tiempo y, aunque le daba mucho cariño, Lila a veces extrañaba a su mamá. Un día, su papá decidió que era momento de encontrar compañía y conoció a una mujer llamada Clara.
Al principio, Lila no estaba segura de cómo se sentiría al tener una madrastra. Una mañana, Clara le propuso hacer una actividad juntas.
"¿Qué te parece si hacemos una galleta gigante?", sugirió Clara emocionada.
Lila frunció el ceño.
"No necesito una madrastra que cocine galletas. Estoy bien sola con mi papá."
Clara, con una sonrisa, no se rindió.
"Es solo una idea, pero si quieres, puedo mostrarte cómo se hacen las galletas de tus sabores preferidos. Podemos hacer un concurso: a ver quién hace la más rica. ¿Te animás?"
Finalmente, Lila decidió aceptar el reto y ambas se pusieron a cocinar en la cocina. Mientras hacían la masa, Clara le enseñó algunos trucos culinarios.
"Si le agregás un poco de canela, el sabor se potencia. Los detalles cuentan, Lila".
A medida que pasaba el tiempo, Lila empezó a disfrutar de la compañía de Clara. Sin embargo, un día, Clara intentó ayudar a Lila con sus tareas escolares y esta se molestó.
"¡No necesito ayuda! ¡A mí me gusta hacer las cosas sola!"
El desafío entre ellas estaba en el aire, y a partir de ese momento, cada intento que hacía Clara de acercarse se convertía en un motivo para que Lila se enojara.
Un día, mientras Lila estaba en el parque, vio a un grupo de niños jugando a un juego que ella había querido probar. Sin embargo, no se animaba a acercarse por miedo a que no la aceptaran. Justo en ese momento, apareció Clara.
"¿Por qué no te unes a los chicos?"
"No sé... tengo miedo de que no me quieran", contestó Lila con voz baja.
Clara sonrió y le dijo:
"A veces, el primer paso es el más difícil. Pero si no lo das, nunca sabrás lo que podría suceder. ¿Qué tal si hacemos un trato? Si te unes al juego, yo estaré aquí para verte. Si no te diviertes, podemos volver a casa y hacer galletas. Siempre hay un plan B, ¿no?"
Con un poco de valentía, Lila decidió intentarlo. Para su sorpresa, los chicos la recibieron con los brazos abiertos y se divirtieron jugando durante horas. Al final del día, Lila volvió a casa saltando de alegría y encontró a Clara esperándola.
"¿Ves? No era tan difícil, ¿verdad?"
"Tenías razón, Clara. Fue muy divertido, gracias por animarme."
"Yo siempre estaré aquí para apoyarte, Lila. Y también para hacer galletas cuando quieras. Recuerda, no estás sola. Su mamá siempre estará en tu corazón y yo estoy aquí para ser tu amiga."
Desde ese día, Lila se dio cuenta de que tener una madrastra no significaba reemplazar a su mamá, sino que podía tener un nuevo tipo de relación. Con cada sonrisa y cada experiencia compartida, se fue formando un lazo especial entre ellas. Lila aprendió que aceptar a las personas en su vida puede llevar alegría y nuevos aprendizajes.
Y así, en su casita colorida, Lila, su papá y Clara vivieron juntos muchas aventuras, siempre haciendo nuevas galletas y disfrutando de la compañía mutua, mostrando que el amor se encuentra en muchas formas.
FIN.