La maestra de corazón



Había llegado el momento de tomar una decisión y después de mucho reflexionar, me decidí por seguir mi vocación y convertirme en maestra de primaria.

Aunque al principio no sabía qué esperar, estaba emocionada por comenzar mi jornada de observación en la escuela Cuitláhuac. Sin embargo, había un pequeño detalle que hacía que esta experiencia fuera un desafío aún mayor: la escuela estaba lejos de mi casa.

El primer día de mi jornada llegué temprano a la escuela con entusiasmo y nerviosismo. Me presenté ante la directora y me asignaron a la clase del tercer grado. La maestra titular, la señorita Laura, fue muy amable y me dio una cálida bienvenida.

Durante toda esa semana, tuve la oportunidad de observar cómo se desenvolvían los niños en el aula. Me sorprendió su energía y curiosidad constante. Era increíble ver cómo aprendían cosas nuevas cada día y cómo interactuaban entre ellos.

Un día, mientras los niños estaban realizando sus actividades, noté que uno de ellos parecía distraído. Se llamaba Tomás y siempre había sido un niño tranquilo y aplicado. Decidí acercarme a él para preguntarle si todo estaba bien.

- Hola Tomás, ¿puedo ayudarte en algo? - le pregunté con preocupación. - No sé... es solo que estoy triste porque mis padres se están divorciando - respondió Tomás con tristeza en sus ojos.

Me senté junto a él y le expliqué que entendía lo difícil que podía ser esa situación pero que él no tenía la culpa de lo que estaba pasando.

Le recordé que su familia siempre estaría ahí para apoyarlo y que la escuela también era un lugar donde podía encontrar consuelo y amistad. A partir de ese momento, Tomás comenzó a abrirse más y a compartir sus sentimientos conmigo. Durante el recreo, solíamos sentarnos juntos en un rincón del patio y hablábamos sobre sus preocupaciones.

Poco a poco, Tomás se fue sintiendo mejor y volvió a ser el niño alegre y aplicado que todos conocían. Los días pasaron rápidamente y mi jornada de observación llegaba a su fin.

Me despedí con tristeza de mis alumnos, pero sabía que había aprendido mucho durante esa semana. No solo había sido testigo del proceso educativo, sino que también había tenido la oportunidad de ayudar a uno de los niños en momentos difíciles.

Al regresar a casa, me di cuenta de todo lo que había experimentado durante esos días. Había confirmado mi vocación como maestra de primaria y entendido la importancia no solo de enseñar conocimientos académicos, sino también de brindar apoyo emocional a los niños.

Desde ese día decidí dedicarme por completo a esta hermosa profesión, sabiendo que cada día sería un nuevo reto pero también una oportunidad para hacer una diferencia en la vida de mis alumnos.

Y así fue como Samanta se convirtió en una maestra comprometida con la educación y el bienestar emocional de sus estudiantes. La historia inspiradora continúa...

FIN.

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