La maestra Gabriela y su familia en el aula


La escuela rural de la pequeña localidad de San Miguelito era un lugar muy especial. A diferencia de otras instituciones educativas, allí los alumnos y docentes parecían una gran familia.

Todo comenzó cuando la maestra Gabriela llegó al pueblo para hacerse cargo del aula. Al principio, tuvo dificultades para adaptarse al entorno rural y para ganarse el cariño de sus estudiantes, quienes eran pocos pero muy unidos entre sí.

Pero poco a poco, Gabriela fue descubriendo las particularidades y necesidades de cada uno de ellos. Por ejemplo, supo que Juanito tenía problemas en su casa porque su papá estaba enfermo y no podía trabajar.

Entonces, decidió organizar una colecta entre los vecinos para ayudar a la familia. También se dio cuenta de que Lucía era tímida y le costaba participar en clase. Así que ideó actividades más dinámicas y lúdicas para motivarla e incentivarla a expresarse más.

Con el tiempo, los chicos fueron sintiendo cada vez más confianza en su maestra y en sus compañeros. Se apoyaban mutuamente ante cualquier dificultad o problema personal que surgiera. Un día llegó al pueblo un inspector del Ministerio de Educación para evaluar el desempeño escolar.

Cuando ingresó al salón de clases, se sorprendió gratamente por lo bien organizado que estaba todo: los pupitres estaban ordenados prolijamente, las paredes estaban decoradas con dibujos coloridos hechos por los alumnos y había una biblioteca con numerosos libros donados por la comunidad.

El inspector también observó cómo Gabriela interactuaba con sus estudiantes: los escuchaba atentamente, los motivaba a aprender y valoraba sus ideas y opiniones.

Al final de la visita, el inspector felicitó a Gabriela por su excelente labor y le dijo que se había ganado el respeto y admiración no solo de sus alumnos sino también de toda la comunidad educativa. Pero lo mejor estaba por venir.

Al día siguiente, cuando Gabriela llegó al colegio, encontró una sorpresa en la puerta del salón: todos los estudiantes habían hecho un cartel con frases como "Gracias maestra", "Te queremos mucho" y "Eres nuestra segunda mamá".

Además, le entregaron una caja llena de regalos hechos por ellos mismos: tarjetas, pulseras tejidas, dibujos y hasta un pastel casero. Gabriela se emocionó hasta las lágrimas al ver tanto amor y gratitud.

Y comprendió que su trabajo no era solo enseñarles matemáticas o lengua sino también ser una guía para estos niños que necesitaban afecto, contención e inspiración para crecer felices y seguros. Desde ese día, la escuela rural de San Miguelito fue aún más especial porque allí se aprendía a ser familia sin tener vínculos sanguíneos.

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