La Maestra Inclusiva



Había una vez en una colorida escuela de Buenos Aires, una maestra llamada Laura. Laura era conocida por su gran paciencia y creatividad. Ella siempre decía: "Cada niño es un mundo, y yo estoy aquí para ayudar a cada uno a brillar".

En su aula había tres estudiantes especiales: Mario, Carla y Pablo. Mario tenía dislexia, lo que a veces hacía que las letras bailaran en su cabeza. Carla era sorda, pero su sonrisa iluminaba el salón. Y Pablo, que tenía un estilo único de ver el mundo, siempre estaba sumergido en sus pensamientos.

Un día, Laura decidió que era momento de hacer algo divertido y educativo: un concurso de cuentos. Todos sus alumnos debían crear una historia. Laura, emocionada, les explicó la actividad:

"Chicos, hoy vamos a escribir cuentos. ¡El ganador podrá elegir la película para ver este viernes!"

Los niños empezaron a pensar en sus historias. Mario miraba su cuaderno y suspiraba:

"No sé si puedo, las letras no se quedan quietas".

Laura se acercó a él y, con una sonrisa, dijo:

"No te preocupes, Mario. Podemos usar un programa en la compu que te ayude. Así, las letras no te harán lío".

Mario sonrió y se sintió un poco más seguro. Mientras tanto, Carla tenía su propia manera de escribir. Usaba un computador con un software para convertir el texto en señas. Ella levantó la mano y dijo:

"¡Yo quiero contar una historia de hadas y aventuras!".

Laura, orgullosa, le respondió:

"Esa es una idea maravillosa, Carla. Haremos de tu historia un verdadero cuento con imágenes y todo".

Pablo, por su parte, tenía una imaginación desbordante y decidió contar una historia sobre un robot que viajaba por el espacio. Sin embargo, al intentar escribir, se distrajo.

"¡Miren! Estoy pensando en el color de las estrellas..."

Laura, al darse cuenta de su creatividad, le sugirió:

"Pablo, ¿qué te parece si hacemos que tu robot pinte las estrellas de diferentes colores en tu cuento?"

Pablo brilló con su idea:

"¡Sí! ¡Y el robot viajará con su pintura brillante!".

Así, uniendo fuerzas y habilidades, cada uno fue avanzando en sus cuentos. Mario, con la ayuda de la computadora, logró escribir acerca de un valiente caballero. Carla, emocionada, compartió sus señas, contando la historia de un hada que ayudaba a sus amigos. Y Pablo, con su locura creativa, llenó su cuento de robots y colores.

Llegó el día del concurso y Laura invitó a toda la clase a escuchar los cuentos. Uno a uno, los estudiantes presentaron sus historias. Cuando fue el turno de Mario, él se sentía nervioso, pero al ver a sus compañeros aplaudirlo, se animó:

"Érase una vez un caballero que creía que podía hacer todo...".

A medida que avanzaba, las letras no parecían tan traviesas y logró contar su historia con valentía. Carla interpretó su cuento en señas, y la sala entera quedó maravillada. Pablo, mientras tanto, hizo que todos rieran con su robot pintor de estrellas.

Al final, Laura parecía emocionada al escuchar tantas historias distintas. Entonces, dijo:

"Hoy hemos aprendido que cada uno de nosotros ve el mundo de forma diferente, y eso es lo que lo hace tan especial".

Al concluir, Laura aclaró:

"No tenemos un solo ganador, ¡todos son campeones! Cada cuento es increíble en su propia forma".

Mario, Carla y Pablo se miraron, felices, y se abrazaron.

"¡Inclusive en un juego, estamos todos juntos!".

El viernes, la clase entera disfrutó de una película elegida por los tres. La maestra Laura pensó con orgullo: "La inclusión hace que el aprendizaje sea más hermoso". Desde ese día, la conexión entre ellos se hizo más fuerte y siempre recordaron que juntos eran un equipo invencible en el mágico mundo de la educación.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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