La Maestra Mágica de Monteria
En un pequeño caipi llamado Monteria, donde las risas de los niños resonaban por las calles de tierra y el sol brillaba como un faro, había una maestra muy especial: la señora Clara. Clara no era una maestra común; ella creía que enseñar era un arte, y que el arte debía llenarse de magia.
Cada mañana, los niños llegaban corriendo a la escuela, ansiosos por ver qué sorpresa les tenía preparada la maestra Clara. Un día, al entrar al aula, notaron algo diferente. Las paredes estaban pintadas de colores brillantes y en el centro había una gran pizarra que parecía brillar.
"¡Buenos días, mis pequeños magos! Hoy vamos a aprender sobre los planetas, pero de una forma muy especial" - dijo la señora Clara con una sonrisa.
Los niños se miraban entre sí, intrigados. ¿Qué magia tendría preparada esta vez?
Clara sacó una varita de madera que ella misma había hecho, y la agitó en el aire.
"¡Abracadabra, unos planetas a volar!" - exclamó. De repente, las imágenes de los planetas comenzaron a flotar alrededor del aula, girando y cambiando de tamaño. Los niños se quedaron boquiabiertos.
"¡Miren! Aquí está Júpiter, el planeta más grande. ¡Y Venus, el más brillante!" - explicó, mientras señalaba a los planetas que se movían con gracia.
"¿Podemos volar como ellos?" - preguntó Sofía, la más pequeña del grupo.
"No exactamente, pero con imaginación, ¡podemos viajar a donde queramos!" - respondió Clara, guiando a los niños a cerrar los ojos y soñar.
Y así, viajaron en sus mentes por el espacio, aprendiendo sobre cada planeta, sus lunas y sus historias.
A medida que pasaban los días, Clara presentó nuevas lecciones mágicas para enseñarle a su clase sobre números, letras y la naturaleza. Un día, llevó a los niños al parque cercano y les mostró cómo los colores de las hojas en otoño podían ser como los colores del arcoíris.
"¡Vamos a hacer un experimento!" - dijo mientras les daba a cada uno una hoja de papel y un crayón. "Cada uno dibujará una hoja como quiere que sea. ¡Después, hagamos que brille!"
Los niños dibujaron hojas de todos los colores: rosas, amarillas, negras. Luego, Clara les mostró cómo usar agua y pinceles para pintar con los colores. Lo que les pareció un simple dibujo resultó ser un hermoso mural cuando las hojas se mojaron y los colores se mezclaron.
"¡Miren! ¡Nuestro árbol mágico de otoño!" - gritó Juan, el más travieso del grupo. Todos rieron y aplaudieron. Pero luego, una nube oscura apareció en el cielo, y el viento empezó a soplar con fuerza.
"Chicos, parece que una tormenta se aproxima. Volvamos a la escuela rápido." - dijo Clara, preocupada.
Corrieron a la escuela, pero al llegar, notaron que la puerta estaba cerrada y no podían entrar.
"¡No puedo creer que estemos afuera mientras la tormenta se acerca!" - dijo Sofía asustada.
"Esperen, ¡tengo una idea!" - dijo Clara, sacando un viejo sombrero de mago de su bolso. "Si todos ustedes se ponen a mi alrededor, podemos hacer un círculo mágico juntos."
Con los niños formando un círculo, Clara les pidió que se tomaran de las manos.
"Si juntos hacemos un hechizo, quizás podamos mantener alejada a la tormenta," - explicó. "Repetid conmigo: ‘Unidos, fuertes y valientes, hacemos magia constantemente'."
Los niños comenzaron a repetir la frase. La nube oscura empezó a desvanecerse lentamente, y el sol volvió a brillar. Al final, todos quedaron asombrados.
"¡Lo hicimos! ¡Hicimos magia!" - exclamó Juan, saltando de alegría.
Clara les sonrió y dijo: "La verdadera magia no siempre es la que vemos. A veces, la magia más grande está en el trabajo en equipo y en la valentía que encontramos juntos."
A partir de ese día, los niños de Monteria no solo aprendieron sobre planetas y colores, sino que también aprendieron que la magia puede habitar en su corazón, en cada acto de bondad y en cada desafío que enfrentan juntos.
Asi, la señora Clara continuó enseñando, llenando las aulas con luz, risas y sobre todo, magia, mientras los niños aprendían que el conocimiento y la amistad eran los mejores hechizos de todos.
FIN.