La magia de Atexcal
Había una vez un anciano llamado Don Pedro que vivía solo en un pueblo lejano. Un día, mientras paseaba por el bosque, llegó a un lugar desolado, lleno de charcos y árboles altos. Mirando a su alrededor, sintió en su corazón un fuerte deseo de crear una comunidad donde la amistad y la solidaridad fueran el pilar.
"Aquí es el lugar perfecto para comenzar una nueva vida", murmuró Don Pedro emocionado.
Don Pedro se puso manos a la obra. Reunió ramas de los árboles, hojarasca y barro de los charcos. Con esfuerzo, construyó una pequeña choza de madera que se convirtió en su hogar. Sin embargo, él quería que su sueño fuera más grande. Comenzó una familia, y al poco tiempo, su hogar se llenó de risas y juegos con la llegada de sus hijos: Ana, Tomás y Luisa.
"Papá, ¿qué vamos a hacer en este lugar tan solo?", preguntó Ana curiosa.
"Haremos de este lugar algo hermoso y especial. Haremos amigos y viviremos en armonía con la naturaleza", respondió Don Pedro.
Los niños, emocionados, aceptaron la idea. Con el tiempo, Don Pedro enseñó a sus hijos a cultivar la tierra y cuidar del bosque. Juntos plantaron semillas y, día a día, Atexcal empezó a florecer.
Pero la vida no siempre fue fácil. Un verano, una gran tormenta se desató. Al día siguiente, al salir, encontraron la choza dañada.
"¡Mirad lo que ha pasado!", exclamó Tomás.
"No debemos rendirnos. Juntos somos más fuertes. Vamos a reconstruir la choza y hacerla aún mejor", dijo Don Pedro con determinación.
Los niños, inspirados por las palabras de su padre, se pusieron a trabajar. A partir de ese día, Atexcal no solo fue una comunidad de la familia de Don Pedro, sino que empezaron a invitar a otros a unirse. Así, poco a poco, más familias llegaron al bosque.
Un día, mientras los nuevos habitantes estaban ocupados construyendo sus hogares, apareció una anciana con un gran sombrero y un toque mágico en su andar. Era Doña Clara.
"Soy la guardiana del bosque. ¿Qué hacen aquí, jóvenes?", preguntó con una voz dulce.
"Queremos crear una comunidad en Atexcal, donde todos vivamos en paz y armonía", respondieron al unísono.
Doña Clara sonrió y dijo:
"Para que esto ocurra, deben aprender a cuidar de la tierra, a escucharla. Les haré una prueba: deben encontrar el árbol más antiguo del bosque y revivir su historia".
Los niños, llenos de entusiasmo, se lanzaron a la búsqueda. Tras horas de explorar, finalmente lo encontraron: un árbol gigante con ramas que tocaban el cielo y un tronco que parecía contar mil historias.
"¡Este es el árbol!", gritó Luisa.
Don Pedro les enseñó a escuchar el susurro del viento entre las hojas. Juntos, imaginaron cómo el árbol había vivido desde hace siglos.
"Esto es lo que tenemos que hacer. Cuidar de nuestra comunidad como cuidamos al árbol", dijo Don Pedro.
De esta manera, Atexcal continuó creciendo. Con el tiempo, el lugar que una vez fue desolado se convirtió en un próspero hogar lleno de risas, amigos y magia. Todos aprendieron que la unidad y el cuidado por la naturaleza son lo que hace a una comunidad especial.
Y así, en Atexcal, cada árbol, cada charco y cada niño contaban una historia de amor y esperanza, inspirando a todos a cuidar la tierra y fomentar la amistad.
FIN.