La magia de la arena
Había una vez un niño llamado Facundo, quien vivía cerca de la playa. Desde muy pequeño, a Facundo le encantaba jugar con la arena, construir castillos y crear formas increíbles.
Pero lo que más disfrutaba era hacerlo a la luz de la luna. Cada noche, cuando el sol se ocultaba en el horizonte y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Facundo corría hacia la orilla del mar con su balde y pala.
Allí pasaba horas enteras dejando volar su imaginación mientras sus manos moldeaban la arena húmeda. Una noche de luna llena, mientras Facundo jugaba bajo los rayos plateados que iluminaban todo a su alrededor, algo mágico ocurrió.
Una pequeña estrella fugaz cayó del cielo y se posó sobre uno de los castillos que él había construido. La estrella titiló antes de convertirse en una hermosa hada llamada Luna. - ¡Hola, Facundo! -dijo Luna con una voz melodiosa-.
He venido para cumplir tu deseo más profundo: enseñarte cómo dar vida a tus creaciones. Facundo quedó sorprendido ante esta revelación tan inesperada pero emocionante al mismo tiempo. - ¿De verdad podré dar vida a mis creaciones? -preguntó fascinado.
Luna asintió con una sonrisa radiante y explicó:- Sí, siempre y cuando tengas fe en ti mismo y creas en la magia que hay dentro de ti. Con mi ayuda podrás ver cómo tus castillos toman vida propia.
Entusiasmado por esta oportunidad única, Facundo siguió las instrucciones de Luna. Cerró los ojos, concentró toda su energía y deseó con todo su corazón que sus castillos cobraran vida. Cuando abrió los ojos, no podía creer lo que veía.
Sus castillos se habían transformado en pequeños seres de arena: un caballito marino, una tortuga, un delfín y hasta una sirena. - ¡Increíble! -exclamó Facundo emocionado-.
¡Mis creaciones están vivas! A partir de ese momento, Facundo y sus amigos de arena comenzaron a vivir grandes aventuras juntos. Recorrieron el fondo del mar, descubrieron tesoros escondidos y ayudaron a otros animales marinos en apuros. Pero no todo fue diversión.
Un día, mientras exploraban una cueva submarina oscura y misteriosa, Facundo se dio cuenta de que había perdido la pala con la que siempre jugaba en la playa. - ¡Oh no! Sin mi pala no podré crear más formas con la arena -se lamentó Facundo.
Sus amigos de arena trataron de consolarlo y le recordaron que tenía algo mucho más valioso: su imaginación. Juntos decidieron buscar otra solución para continuar disfrutando del juego.
Después de mucho pensar e investigar en el océano, encontraron unos peces llamados "piedra lunar" capaces de moldear la arena solo con tocarla. Los peces enseñaron a Facundo cómo usar sus manos para dar forma a la arena sin necesidad de herramientas.
Facundo aprendió esta nueva técnica rápidamente y volvió a sentirse feliz al jugar bajo la luz de la luna. Ahora, no solo podía dar vida a sus creaciones, sino que también podía crear nuevas formas y personajes sin límites. El tiempo pasó y Facundo se convirtió en un famoso escultor de arena.
Sus obras eran tan hermosas y detalladas que la gente de todo el mundo venía a admirarlas. Pero él nunca olvidó a sus amigos de arena, quienes siempre lo acompañaban en su corazón.
Desde aquel día mágico en que Luna le dio el poder de dar vida a sus creaciones, Facundo aprendió una valiosa lección: la verdadera magia está dentro de cada uno de nosotros.
Solo necesitamos confiar en nuestras habilidades y dejar volar nuestra imaginación para alcanzar nuestros sueños más extraordinarios. Y así fue como Facundo siguió jugando con la arena a la luz de luna, inspirando a otros niños a creer en sí mismos y encontrar su propia magia dentro del arte que los apasiona.
FIN.