La Magia de la Navidad en el Parque
Era un hermoso día de Navidad en el parque de la ciudad. Los árboles estaban decorados con luces brillantes y la atmósfera se llenaba de risas y alegría. Un niño llamado Tomás, de ocho años, paseaba por el parque con una gran sonrisa en su rostro. Cada vez que veía a alguien, sus ojos brillaban con entusiasmo.
- ¡Feliz Navidad! - decía Tomás a todos los que pasaban, haciendo que muchos le devolvieran la sonrisa.
Tomás había esperado todo el año para este día. No solo le encantaban los regalos, sino también la alegría y el amor que se sentían en el aire. Mientras caminaba, vio un grupo de niños jugando con una pelota.
- ¿Puedo jugar con ustedes? - preguntó Tomás emocionado.
- ¡Claro! - respondieron los niños, animándolo a unirse a su juego. El tiempo pasó volando, y Tomás se olvidó del frío que hacía, sumergido en la diversión de los juegos.
Después de un rato, cuando todos estaban cansados y sentados a la sombra de un árbol, Tomás decidió compartir su merienda con sus nuevos amigos. Sacó galletas y jugo de su mochila.
- ¿Quieren? - ofreció con una sonrisa.
- ¡Sí! - exclamaron los niños sorprendidos.
Mientras disfrutaban de la merienda, Tomás escuchó risas a lo lejos. Al girar, vio un escenario donde un grupo de adultos estaba preparando un espectáculo de navidad.
- ¡Miren! - dijo señalando el escenario. - ¡Vamos a ver qué están haciendo!
Todos se levantaron y corrieron hacia el espectáculo. En el escenario, un mago comenzaba su acto, haciendo trucos de magia que dejaban a todos maravillados.
- ¡Guau! - dijo uno de los niños. - ¡Qué increíble!
Mientras disfrutaban del espectáculo, un pequeño niño se acercó a Tomás con los ojos llorosos.
- ¿Por qué lloras? - preguntó Tomás, preocupado.
- No tengo a nadie con quien compartir la Navidad - dijo el niño, con la voz entrecortada.
Tomás sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Buscó a su alrededor y vio a sus amigos.
- Oigan, ¿por qué no hacemos algo especial? - sugirió Tomás. - ¡Podemos invitar a este niño a unirse a nosotros!
Sus amigos miraron al niño y asintieron, sonriendo.
- ¡Sí! ¡Ven a jugar con nosotros! - le dijeron al niño.
El niño secó sus lágrimas y sonrió por primera vez en el día. Se unió a ellos, y pronto, juntos, se sumergieron en un mundo de juegos y risas.
La tarde avanzaba, y el espectáculo de magia finalizó con una lluvia de confeti que voló por todo el parque. Todos aplaudieron con entusiasmo, y la alegría era palpable.
- Tomás, gracias por ser tan amable - dijo su nuevo amigo.
- De nada, la Navidad se trata de compartir - respondió Tomás, sintiendo una calidez en su corazón.
Entonces, inesperadamente, un grupo de carteros llegó al parque en su bicicleta, con sacos llenos de cartas. Se detuvieron y comenzaron a repartir cartas a todos los niños presentes.
- ¡Sorpresa de Navidad! - gritó uno de los carteros.
Tomás recibió su carta y, al abrirla, descubrió que era una invitación para un espectáculo de luces que ocurriría esa misma noche.
- ¡Miren esto! - exclamó Tomás. - ¡Nos invitan al espectáculo de luces!
Los niños comenzaron a saltar de alegría.
- ¡Vamos! - dijeron todos al unísono.
Juntos, caminaron hacia el lugar del espectáculo, respirando la alegría de la Navidad. La magia del día no solo había traído diversión, sino también amistades nuevas y valiosas.
Al final de la noche, mientras las luces brillaban en el cielo y la música llenaba el aire, Tomás se sintió más feliz que nunca.
- La Navidad es mágica - susurró al amigo que había hecho esa tarde. - Porque también se trata de abrir nuestro corazón y compartir con los demás.
Y así, Tomás aprendió que la verdadera alegría de la Navidad no está solo en recibir, sino en dar, en compartir y en estar juntos. El parque, esa noche, se convirtió en un verdadero lugar de unión y felicidad.
Y en el aire, la magia de la Navidad seguía viva.
FIN.