La Magia de la Nueva Maestra



Era un hermoso día en la escuela primaria Jardín de Sueños. Los chicos del cuarto grado estaban inquietos, ya que habían escuchado rumores sobre una nueva profesora que llegaría a su clase. Cuando sonó la campana, los alumnos entraron al aula, ansiosos por conocerla.

Cuando la puerta se abrió, apareció una mujer con una gran sonrisa y un cabello rizado y colorido.

"¡Hola, chicos! Soy la nueva profesora, la señorita Lucía. Estoy muy emocionada de estar aquí con ustedes. Vamos a aprender y divertirnos juntos", dijo con entusiasmo.

Los niños se miraron entre sí, sorprendidos por la energía de la señorita Lucía. Ella comenzó a preguntarles sobre sus materias favoritas.

"¿A quién le gusta matemáticas?" preguntó.

"¡A mí!" gritaron varios.

"¿Y de ciencias?" continuó.

"¡A mí también!" respondieron con más ganas.

A medida que pasaban los días, la señorita Lucía sorprendía a sus alumnos con actividades creativas y juegos que hacían que aprender fuera muy divertido. Un día, decidió llevarlos al parque para hacer una clase de ciencias al aire libre.

"Hoy, observaremos la naturaleza y escribiremos sobre lo que vemos. ¿Están listos para ser científicos?" les preguntó.

"¡Sí!" respondieron todos al unísono.

Mientras estaban en el parque, un grupo de niños encontró un nido de pájaros en un árbol. Fascinados, se acercaron para observarlo.

"¡Miren, hay unos pajaritos!" exclamó Sofía, una de las más curiosas.

"¿Podemos cuidar del nido, señorita?" preguntó Tomás, emocionado.

La señorita Lucía sonrió y explicó:

"Es muy noble querer ayudar, pero lo mejor es no tocar el nido. Debemos ayudar a la naturaleza a seguir su curso. Aprende a observar y respetar, eso es lo más importante."

Los niños asintieron, comprendiendo que, aunque quisieran ayudar, algunas cosas debían seguir su curso natural.

Esa misma semana, la señorita Lucía les propuso hacer una obra de teatro. Cada uno podría elegir convertirse en un personaje de su cuento favorito. Todos estaban entusiasmados.

"Yo quiero ser el lobo de ‘Caperucita Roja’" dijo Joaquín.

"Yo seré la Caperucita!" contestó Sofía con una sonrisa.

Sin embargo, un día antes del estreno, Tomás se sintió muy nervioso porque debía hacer un papel importante. Se acercó a la profesora.

"Señorita, tengo miedo de olvidarme las líneas. ¿Qué hago?"

"No te preocupes, Tomás. Recuerda que lo más importante no es saber todas las palabras, sino disfrutar del momento y transmitir el mensaje de la historia. ¿Te gustaría ensayar conmigo?"

Tomás aceptó, y juntos practicaron. La noche del estreno fue mágica. Aunque algunos niños se olvidaron de sus diálogos, todos se divirtieron y aplaudieron con entusiasmo. La sonrisa de la señorita Lucía iluminaba el escenario.

Después de la obra, todos los padres estaban orgullosos, y la señorita Lucía les dio a los chicos una medalla que decía: 'Valiente por Intentar'.

"Recuerden, chicos, ustedes son capaces de hacer cosas maravillosas. Nunca duden de su talento", les dijo mientras los abrazaba.

Con el paso de los meses, la nueva profesora no solo les enseñó materias, sino que también les mostró la importancia de la amistad, el respeto a la naturaleza, y cómo enfrentar sus miedos.

Un día, mientras compartían un tapiz en el aula, todos los niños le contaron lo que más habían aprendido con ella.

"Yo aprendí que está bien cometer errores, porque cada error es una oportunidad para aprender" dijo Joaquín.

"Y yo que la amistad es un tesoro que hay que cuidar" agregó Sofía.

A medida que se acercaba el final del año escolar, la maestra Lucía organizó una fiesta de despedida.

"Chicos, aunque estoy muy feliz de haber trabajado con ustedes, también tengo que irme a enseñar en otro lugar. Pero siempre llevaré en mi corazón las lecciones que aprendimos juntos", decía con lágrimas en los ojos.

"¡No te vayas, señorita!" gritaron.

"Siempre te recordaremos".

Y así, aunque la señorita Lucía no estaba físicamente, su legado vivió en cada uno de esos niños, quienes continuaron aprendiendo y creciendo, siempre con la luz de su sonrisa guiándolos.

La magia de un buen profesor no termina en el aula, sino que perdura en los corazones de sus alumnos.

FIN.

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