La magia de la risa


Había una vez un perro llamado Rocky que vivía en un pequeño pueblo rodeado de animañes, es decir, animales que habían desarrollado habilidades humanas como hablar y vestirse.

Aunque Rocky era muy querido por todos los animañes, siempre se sentía un poco triste porque deseaba ser algo más especial. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano al pueblo, Rocky encontró una misteriosa cueva. Sin pensarlo dos veces, decidió entrar y explorarla.

Para su sorpresa, en el centro de la cueva había una fuente brillante con agua cristalina. Sin pensarlo mucho, Rocky decidió beber de esa agua mágica y en ese preciso instante se convirtió en...

¡un unicornio! Con su pelaje blanco resplandeciente y su cuerno dorado reluciendo bajo el sol, no podía creer lo que veían sus ojos. Lleno de entusiasmo y emoción por su nueva apariencia, Rocky corrió hacia el pueblo para mostrarles a todos los demás animañes lo que le había ocurrido.

Al principio, algunos quedaron asombrados y otros simplemente no podían dejar de reírse. "¡Miren a Rocky! ¡Se ha convertido en un unicornio!"- exclamó Felicia la gata mientras se carcajeaba sin control.

"¡Es increíble! Nunca antes habíamos visto algo así"- dijo Gustavo el ratón entre risas incontrolables. Rocky no pudo evitar contagiarse del buen humor de sus amigos animañes y comenzó a hacer todo tipo de travesuras divertidas con su nuevo aspecto.

Saltaba sobre las nubes, lanzaba arcoíris de colores y dejaba estelas brillantes a su paso. Los demás animañes se unieron a la diversión y pronto el pueblo entero estaba lleno de risas y alegría.

Rocky había logrado su objetivo: hacer reír a los demás animales y sentirse especial al mismo tiempo. Pero, como en toda buena historia, siempre hay un giro inesperado.

Resulta que el efecto mágico del agua solo duraba por un día, así que al amanecer del siguiente día, Rocky volvió a ser un perro normal. "¡Oh no! ¡Ya no soy un unicornio!"- lamentó Rocky mientras miraba tristemente su reflejo en el río. Sin embargo, para sorpresa de todos los animañes, ninguno dejó de reírse o divertirse con Rocky.

Aunque ya no tuviera su cuerno dorado ni su pelaje blanco resplandeciente, seguía siendo el mismo perro juguetón y gracioso que todos conocían y querían. Rocky aprendió una valiosa lección ese día: la verdadera magia está dentro de uno mismo.

No importa cómo te veas por fuera, lo importante es cómo te sientas por dentro y cómo hagas sentir a los demás.

A partir de ese momento, Rocky decidió seguir haciendo reír a sus amigos animañes sin importar si era un perro o un unicornio. Y así fue como se convirtió en el comediante más querido del pueblo. Y colorín colorado... esta historia ha terminado.

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