La Magia de la Solidaridad
En un hermoso pueblo llamado Arcoíris, donde cada casa era de un color brillante, vivían niños de diferentes orígenes. Todos jugaban juntos en el parque central, pero había algo que preocupaba a algunos: los niños de la casa azul no eran tan bienvenidos por los demás.
Una mañana soleada, todos los niños se reunieron en el parque. Luana, una niña de cabello rizado, fue la primera en hablar.
"¿Por qué nunca jugamos con los de la casa azul?" - preguntó Luana inquieta.
"Porque son diferentes y no conocemos sus juegos" - respondió Tomás, un niño de cabello lacio que siempre elegía jugar al fútbol.
"Pero quizás ellos tienen juegos divertidos que podríamos aprender" - añadió Valentina, una niña dulce con trenzas.
Los demás miraron a Valentina, algunos asintieron, pero otros parecieron indecisos.
"Está bien, ¿quién se anima a invitarlos a jugar?" - propuso Luana.
Después de un breve silencio, Valentina levantó su mano.
"Yo lo haré" - dijo valientemente.
Así que Valentina se acercó a la casa azul. Al tocar la puerta, salió un niño llamado Mateo, con una gran sonrisa.
"Hola, ¿qué necesitas?" - preguntó Mateo.
"Hola, soy Valentina, del pueblo de Arcoíris. Queríamos invitarte a jugar con nosotros en el parque" - respondió ella con esperanza.
Mateo miró hacia su casa y luego a Valentina.
"Me gustaría, pero tal vez mis amigos no quieran" - dijo, algo inseguro.
Valentina sonrió y dijo:
"¡Podemos jugar juntos y conocernos! Los juegos más divertidos a veces son aquellos que nunca hemos probado."
Mateo sonrió de nuevo, sintiendo un pequeño rayo de confianza.
"¡Está bien! Voy a llamar a mis amigos" - respondió emocionado.
A los pocos minutos, Mateo llegó al parque acompañado por otros tres niños: Sofía, Joaquín y Carla. Al principio, todos los niños del pueblo miraban con curiosidad, algunos dudaban, mientras otros se mostraban amigables.
"Hola, yo soy Luana" - dijo la niña de rulos "¿Qué juegos traen para compartir?"
"¡Nos encanta jugar a la búsqueda del tesoro!" - exclamó Joaquín, con su gorro al revés.
"¿Búsqueda del tesoro? Nunca hemos jugado a eso" - murmuró Tomás, intrigado.
"Sí, podemos esconder cosas y dar pistas, ¡es muy divertido!" - dijo Sofía.
Con esa invitación, todos decidieron unirse. Los niños de la casa azul escondieron pequeñas piedras pintadas de colores brillantes por todo el parque, mientras los demás elaboraban pistas en función de cosas que conocían del pueblo.
"Esto es genial" - dijo Valentina mientras corría. "¡No sabía que jugar a la búsqueda del tesoro sería tan divertido!"
A medida que la tarde avanzaba, las risas y gritos llenaban el aire. Los niños de distintas casas se reían juntos mientras se ayudaban a descifrar las pistas, aprendiendo sobre el valor de compartir y la magia de la inclusión.
Pero, de repente, un grito de sorpresa hizo que todos se detuvieran.
"¡Miren, una piedra dorada!" - exclamó Mateo. Corrieron hacia el lugar donde estaba la piedra, que había sido escondida en un tronco. Todos se agacharon para mirarla; era brillante y hacía brillar el sol.
"¡Es nuestro tesoro!" - dijo Joaquín emocionado.
"Pero, ¿qué hacemos con ella?" - se preguntó Luana.
Valentina, mirando a todos, tuvo una idea.
"Podríamos guardarla en el parque y cada vez que juguemos, nos recordará lo bien que nos llevamos juntos. Así siempre habrá un motivo para volver a jugar" - sugirió.
Todos estuvieron de acuerdo y decidieron hacer un pequeño monumento donde guardaría la piedra.
Desde ese día, el parque de Arcoíris no solo se llenó de colores brillantes, sino también de risas y amistades. Los niños de la casa azul se integraron cada día más con los demás, compartiendo sus juegos y aprendiendo unos de otros. El pueblo se volvió aún más especial, porque había descubierto que la verdadera magia estaba en la solidaridad y la amistad.
Y así, el pueblo de Arcoíris se convirtió en un lugar donde todos eran bienvenidos, porque juntos podían hacer brillar todos los colores del arcoíris.
FIN.