La magia de Lara


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de praderas y árboles frondosos, una nena llamada Lara. Lara era una niña muy inteligente y valiente, siempre lista para enfrentar nuevos desafíos.

Con su mochila llena de lápices de colores y cuadernos en blanco, se preparaba para empezar la salita de 5 en el jardín de infantes. El primer día de clases, Lara estaba un poco nerviosa por conocer a sus compañeros y a su seño Rocío.

Pero apenas cruzó la puerta del aula, sintió una cálida bienvenida que la hizo sentir como en casa. - ¡Hola! Soy Lara -se presentó con una sonrisa tímida pero amigable. - ¡Hola Lara! Soy Rocío, tu seño.

¡Bienvenida a nuestra salita! -respondió la maestra con alegría. Lara pronto se dio cuenta de que en su salita había muchos niños y niñas simpáticos con los que compartía gustos e intereses.

Entre ellos estaba Mateo, un niño curioso al que le encantaba explorar el patio del jardín; Valentina, una niña creativa que siempre llevaba consigo sus crayones de colores; y Tomás, un niño travieso pero divertido que siempre tenía nuevas ocurrencias.

A medida que pasaban los días, Lara descubrió su pasión por el baile y el juego. En las horas libres del jardín, organizaba pequeños espectáculos de danza para sus amigos, quienes la aplaudían emocionados al ritmo de la música.

También disfrutaba inventando juegos nuevos y enseñándoles a sus compañeros las reglas para divertirse juntos. Un día, durante el recreo, Lara notó a Sofía sola en un rincón mirando tristemente hacia el suelo. Sin dudarlo, se acercó a ella con amabilidad y le tendió la mano.

- ¿Quieres jugar con nosotros? -le preguntó Lara con dulzura. Sofía levantó tímidamente la mirada y asintió con una sonrisa tímida. Desde ese día, Sofía se sumó al grupo de amigos de Lara y juntas compartieron risas, juegos y complicidades.

Poco a poco, bajo la guía amorosa de Rocío, los niños aprendieron sobre el valor de la amistad, la importancia del trabajo en equipo y la alegría de compartir momentos especiales con quienes nos rodean.

Crecieron juntos descubriendo nuevas habilidades e intereses mientras forjaban vínculos sólidos basados en el respeto mutuo y la empatía.

Al finalizar el año escolar, en medio de abrazos afectuosos y promesas de reencuentro después del verano, Lara miró a sus amigos con nostalgia pero también con gratitud por todo lo vivido junto a ellos. Sabía que cada uno guardaba un pedacito especial en su corazón y que las risas compartidas resonarían por siempre en su memoria.

Y así fue como Lara descubrió que no hay aventura más emocionante que crecer rodeado del cariño sincero de buenos amigos; aquellos capaces no solo de acompañarnos en nuestras travesuras sino también iluminar nuestro camino con destellos únicos e irrepetibles llenos magia e inolvidables momentos compartidos.

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