La Magia de Nuestra Navidad
Era la mañana de Navidad y en nuestra casa reinaba una emoción palpable. El sol apenas comenzaba a asomarse, iluminando el ambiente con un suave resplandor. Todos nos despertamos con una sonrisa, sabiendo que era un día especial.
– ¡Buenos días, familia! – gritó Sofía, mi hermana menor, mientras saltaba de la cama como si tuviera un resorte en el trasero.
– ¡Feliz Navidad! – respondimos todos al unísono, todavía sin salir del sueño, pero no pudimos evitar sonreír ante su energía contagiosa.
Después de un rápido desayuno que consistió en galletas, chocolate caliente y una variedad de frutas, caminamos al árbol de Navidad. Este año, papá había decorado el árbol como nunca antes, con luces brillantes, cintas de colores y nuestras manualidades de años anteriores.
– ¡Miren lo que hay debajo! – exclamó Tomás, mi hermano mayor, mientras se agachaba para alcanzar un montón de regalos.
Desenvolviendo los envoltorios, descubrimos un sinfín de regalos. Cada uno de nosotros eligió uno y lo abrió con ansias. Sofía recibió una muñeca que podía hablar, mientras que Tomás encontró un juego de mesa de aventuras y yo, ¡un libro gigante sobre dinosaurios!
– ¡Este año fue maravilloso! – dijo Sofía. Pero justo cuando todo parecía perfecto, la puerta se abrió de golpe, y entró nuestra amiga Carla, muy preocupada.
– Chicos, ¿ustedes ya vieron el patio? – preguntó, muy seria.
– ¿El patio? No, ¿qué pasa? – respondí, intrigado.
Salimos corriendo hacia el patio y, para nuestra sorpresa, encontramos que la nieve había cubierto todo. Sin embargo, no era una nieve común, sino que en la nieve se escondían pequeñas tarjetas de colores.
– ¿Qué serán? – preguntó Tomás, rascándose la cabeza.
Nos agachamos a mirar más de cerca y descubrimos que las tarjetas estaban llenas de pequeños mensajes, cada uno con un deseo de Navidad, como "que todos tengan un hogar" o "que siempre haya suficiente comida para todos".
– ¡Es como si alguien hubiera dejado un mensaje especial para nosotros! – dijo Carla, emocionada.
Decidimos que teníamos que hacer algo con esos mensajes. Así que, volvimos adentro y discutimos varias ideas.
– ¡Podríamos hacer una obra de teatro! – sugirió Sofía emocionada.
– O quizás podríamos salir a la comunidad y leerles los mensajes a otros niños – comentó Tomás.
Finalmente, decidimos que haríamos una actividad en el parque de la ciudad, invitando a todos los niños y sus familias a venir y compartir los mensajes. Con el apoyo de nuestros padres, creamos carteles y organizamos una tarde de actividades.
El día de la actividad, el parque se llenó de risas y alegría. Niños de todas partes se unieron a nosotros para leer los mensajes.
– ¡Miren cuántos árboles podemos plantar con este dinero! – dijo uno de los niños mientras contaba el dinero recolectado por las donaciones que habíamos pedido para ayudar a un hogar de niños.
Todos estábamos fascinados.
– ¡Nuestra Navidad se ha convertido en algo mucho más grande! – exclamó Carla con una sonrisa.
Al final del día, no solo habíamos disfrutado de una linda tarde juntos, sino que también habíamos compartido el verdadero espíritu de la Navidad: la solidaridad, el amor y la alegría de ayudar a otros.
De vuelta en casa, exhaustos pero felices, comprendimos que esta Navidad no solo habíamos recibido, sino también dado, y esa magia era la más grande de todas.
– ¡Feliz Navidad, equipo! – celebró Tomás justo antes de acomodarnos para ver una película navideña juntos.
Sabíamos que había sido una Navidad diferente, una llena de magia y amor. El verdadero regalo de la Navidad, pensamos, estaba en lo que podíamos hacer juntos.
FIN.