La magia del agua
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Aguaviva, donde todos los habitantes vivían felices y contentos gracias al agua cristalina que fluía de un manantial mágico en el centro de la plaza.
En este lugar tan especial, vivían dos amigos inseparables: Tomás, un niño curioso y aventurero, y Aguañita, una gotita de agua muy traviesa. Un día soleado, mientras Tomás jugaba en la plaza con sus amigos, Aguañita decidió hacerle una travesura.
Se deslizó sigilosa por el suelo hasta llegar a los pies de Tomás y lo salpicó sin querer. -¡Ay! ¡Qué frescura! -exclamó Tomás sorprendido. -¡Ja ja ja! ¡Soy Aguañita, la gotita traviesa! -rió la gotita mientras bailaba en el charco que había formado.
Tomás se rió divertido y le dijo: -Eres muy traviesa, pero me encanta tu frescura. ¿Quieres jugar juntos? Aguañita aceptó emocionada y juntos comenzaron a recorrer el pueblo divirtiéndose con travesuras acuáticas.
Sin embargo, mientras jugaban, el sol comenzó a calentar más de lo normal y todos en el pueblo empezaron a sentirse cansados y débiles. Al ver esto, Tomás recordó algo importante que su abuelo le había enseñado: "El agua es vida.
Es fundamental para nuestro cuerpo mantenerse hidratado". Entonces le dijo a Aguañita: -Creo que es hora de ayudar a nuestro pueblo. Necesitamos llevarles agua fresca para que se sientan mejor.
Aguañita asintió emocionada y juntos corrieron hacia el manantial mágico en busca de ayuda. Al llegar allí, encontraron al Guardián del Manantial, una criatura sabia que cuidaba del preciado recurso natural. -¿Qué les preocupa, niños? -preguntó amablemente el Guardián.
Tomás explicó la situación y cómo necesitaban llevar agua fresca a todo el pueblo para revitalizarlo. El Guardián sonrió con ternura y les entregó dos cantimploras especiales que nunca se vaciarían. -Llevad estas cantimploras llenas del agua bendecida del manantial.
Ellas nunca se vaciarán mientras las compartan con amor -dijo el Guardián con sabiduría. Tomás tomó una cantimplora y Aguañita se sumergió feliz en la otra. Juntos volvieron al pueblo repartiendo agua fresca entre todos los habitantes.
Al beberla, las fuerzas regresaron a cada uno de ellos y pronto recuperaron su vitalidad y alegría. Desde ese día en adelante, Tomás entendió la importancia de tomar agua no solo para él sino también para ayudar a los demás.
Y junto a su amiga Aguañita continuaron cuidando del manantial mágico y enseñando a todos en Aguaviva sobre la valiosa lección aprendida: "El agua es vida; cuidémosla siempre".
Y así fue como en aquel pintoresco pueblo llamado Aguaviva floreció una hermosa amistad entre un niño curioso y una gotita traviesa que demostraron al mundo entero cuánto bien puede hacer un simple acto como tomar agua.
FIN.