La mágica tarde de la abuelita Rosa



Era un hermoso sábado de primavera cuando la abuelita Rosa se preparó para recibir a sus dos nietos, Tomás y Valentina. La abuelita siempre tenía grandes planes para ellos, y desde muy temprano su casa estaba llena de aromas deliciosos.

- Hoy vamos a hacer algo muy especial, mis amores - les dijo con una sonrisa mientras amarraba su delantal. - Vamos a cocinar galletitas de chocolate.

Tomás, el mayor, miró a su abuela con sus brillantes ojos azules.

- ¿De verdad? ¡Me encantan las galletitas de chocolate! - exclamó emocionado.

Valentina, que con solo seis años tenía una imaginación desbordante, intervino:

- ¡Y después podemos hacer un picnic en el parque!

- ¡Eso suena genial! - dijo la abuelita, y se pusieron manos a la obra.

Mientras preparaban la mezcla, la abuelita les enseñaba sobre cada ingrediente.

- ¿Sabías que la harina viene del trigo? - preguntó Rosa mientras agregaba la harina a un gran bol.

- ¡No! - respondieron en coro los niños.

- Sí, y el trigo es un cereal. ¡Los cuentos de los ingredientes son mágicos! - rió la abuelita.

Cada vez que agregaban un nuevo ingrediente, la abuelita contaba una historia sobre su origen. El azúcar era de caña, y el chocolate venía de un fruto que crecía en árboles lejanos.

Cuando las galletitas estuvieron listas, el aroma inundó la cocina.

- ¡Ya están! - anunció Rosa, sacando la bandeja del horno. - Ahora, a esperar a que se enfríen para poder probarlas.

Tomás no podía contener su impaciencia.

- Abuela, ¿puedo comer una ahora? - preguntó, mientras se acercaba a las galletitas.

- ¡No todavía, cariño! - dijo la abuela, riendo. - Hay que esperar un poquito. Pero tengo una idea: ¿qué tal si mientras se enfrían, las decoramos?

Los niños se iluminaron al escuchar eso. Con chispas de colores, chocolate derretido y un poco de imaginación, las galletitas pronto parecían obras de arte.

Cuando finalmente llegó el momento de probarlas, todo el trabajo había valido la pena.

- ¡Son las galletitas más ricas del mundo! - proclamó Valentina con una sonrisa empapada de chocolate.

- Totalmente de acuerdo - asintió Tomás con la boca llena.

Después de disfrutar el picnic con sus galletitas, decidieron ir al parque. Pero al llegar, algo inusual sucedió. Notaron que el parque estaba muy tranquilo y casi vacío.

- ¿Dónde está la gente? - preguntó Valentina confundida.

- No sé, pero hay un lugar en el parque donde siempre juegan - respondió Tomás, pensativo.

La abuela sonrió.

- Tal vez podamos llamar la atención de la gente de alguna manera. ¿Qué tal si hacemos un espectáculo? - sugirió.

Intrigados, los niños aceptaron la idea y juntos idearon una pequeña obra de teatro. Tomás asumiría el papel de un valiente caballero, y Valentina sería una princesa en apuros. La abuela se convertiría en la narradora.

- ¡Y las galletitas serán nuestro tesoro! - gritó Valentina.

Así que eligieron un pequeño claro en el parque y empezaron a preparar su espectáculo. Pronto, los niños que pasaban por allí se detuvieron, atraídos por el bullicio.

- ¡Miren, están haciendo una obra! - exclamó uno de ellos.

Poco a poco, un grupo se reunió para ver su historia improvisada, que combinaba acción, risas y mucha diversión. Al finalizar la obra, Rosa las invitó a disfrutar de las galletitas que habían hecho.

- ¡Las galletitas del tesoro! - gritó Tomás, y todos rieron mientras compartían.

La abuelita miró a sus nietos y a los nuevos amigos que habían hecho.

- A veces las mejores aventuras suceden cuando menos las esperas - dijo, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras las copas de los árboles.

Y así, pasaron la tarde entre risas y juegos, aprendiendo que el amor de una abuela y la creatividad pueden dar lugar a momentos inolvidables.

Desde ese día, la abuelita Rosa no solo fue su cuidadora, sino también su cómplice de aventuras, y siempre supieron que no había nada más valioso que los momentos compartidos con ella.

Y así, cada sábado se convirtió en un nuevo capítulo de historias, risas y deliciosa cocina.

FIN.

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