La Maldición del Vacío



Hace mucho tiempo, en un lugar no muy lejano, existía un pueblito encantador llamado Rincón de la Alegría. Este lugar era conocido por sus coloridos jardines, sus risas resonando en los parques y, sobre todo, por las historias mágicas que se contaban al caer la tarde. Sin embargo, un día todo cambió cuando una extraña sombra comenzó a acechar el pueblo.

Una mañana, los habitantes de Rincón de la Alegría se despertaron para descubrir que todos los colores se habían desvanecido. El sol brillaba, pero su luz era débil, como si un manto gris se hubiera posado sobre el pueblo. Las flores ya no eran coloridas, los árboles parecían tristes y los rostros de los niños mostraban confusión. Era como si la alegría hubiera sido robada y sólo quedara un vacío en su lugar.

- ¿Qué está pasando? - preguntó Marta, una niña curiosa de diez años, mientras caminaba por la plaza desierta.

- No lo sé, Marta - respondió su amiga Lucas, que siempre encontraba la forma de ver lo positivo en las cosas. - Pero seguro hay una aventura por delante para solucionarlo.

Decididas a descubrir el origen de esta maldición del vacío, Marta y Lucas se pusieron en marcha. Junto a ellos, se unió un peculiar anciano llamado Don Búho, que siempre tenía respuestas para los misterios del pueblo.

- Escuchen, niños - comenzó Don Búho, con su voz profunda y sabia. - Esta maldición proviene del Bosque Silencioso. Muchos años atrás, los colores de Rincón de la Alegría eran guardados por un hada mágica llamada Lumina. Pero un día, perdió la fe en que la alegría podía volver. Desde entonces, el vacío ha crecido.

Marta y Lucas se miraron intrigados.

- ¿Y cómo podemos ayudar, Don Búho? - preguntó Marta emocionada.

- Deberán encontrar a Lumina y devolverle la fe. Pero tengan cuidado, pues el Bosque Silencioso también tiene sus desafíos - respondió el anciano, cerrando sus ojos sabios.

Los niños se armaron de valor y se adentraron en el bosque. A medida que avanzaban, todo se volvía más oscuro y denso. Los árboles susurraban, y las sombras parecían moverse, asustando a los dos amigos.

- No tengo miedo - dijo Lucas con determinación, tratando de animar a Marta. - Recuerda, cada paso que damos puede llevarnos hacia la solución.

- Es verdad - asintió Marta, recordando las historias de coraje que su abuela le contaba.

Después de un largo camino, llegaron a un claro iluminado por una luz tenue. Allí, encontraron a Lumina, atrapada en su propia tristeza, rodeada de sombras.

- Lumina - gritó Marta - necesitamos tu ayuda. Rincón de la Alegría ha perdido su color por tu maldición. Todos te extrañan, pero tú has dejado de creer en la alegría.

Lumina levantó la mirada, sorprendida.

- Pero ya no tengo fe en que todo pueda cambiar - susurró con desánimo.

- Todos los colores del mundo hay que recuperarlos - afirmó Lucas. - Si no crees en ellos, nunca volverán.

Marta sonrió y agregó: - Ven con nosotros. Podemos hacer que la alegría vuelva a Rincón de la Alegría. Solos somos pequeños, pero juntos podemos lograrlo.

Lumina los observó y sintió un pequeño resplandor de esperanza. Decidieron seguir junto a los niños hacia el pueblo. En el camino de regreso, empezaron a contar historias alegres, compartir risas y recordar momentos felices.

Al entrar a Rincón de la Alegría, los colores empezaron a brotar de nuevo. Pronto, el pueblo resplandeció en mil matices, y los risas regresaron, llenando los corazones de todos.

- Lo logramos - exclamó Marta mientras saltaba de felicidad.

- Sí, gracias a ustedes - sonrió Lumina, empapándose de la energía del lugar.

Y así, Rincón de la Alegría jamás volvió a experimentar el vacío. Los habitantes aprendieron que la alegría se construye todos los días y que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay lugar para la esperanza y la unión. Lumina se quedó en el pueblo para recordarle a todos que el verdadero color de la vida está en la fe que tenemos los unos en los otros.

Desde entonces, el pueblo floreció como nunca antes y cada primavera, celebraban el Día de la Alegría, recordando que lo más importante es nunca perder la fe en los colores de la vida.

FIN.

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