La Mamá Más Buena del Mundo
Érase una vez en un pequeño y colorido barrio, una niña llamada Lucía. Lucía tenía una mamá a la que adoraba con todo su corazón. Todos en el vecindario decían que su mamá era la mujer más buena del mundo. A diario, la mamá de Lucía, que se llamaba Elena, ayudaba a los demás sin dudarlo ni un instante.
Un día, mientras Lucía jugaba en el parque, se dio cuenta de que había un perro callejero que parecía perdido y hambriento.
- 'Mamá, ese perrito necesita ayuda', le dijo Lucía con preocupación.
- '¡Vamos a ayudarlo!', contestó Elena con su característico entusiasmo.
Lucía y su mamá buscaron en casa algo de comida y juntas se acercaron al perrito que, al verlas, comenzó a mover su cola con alegría.
- 'Hola, lindo cachorro. ¿Dónde estás?' le dijo Lucía mientras le daba de comer.
- 'Parece que no tiene dueño. debemos encontrarle un hogar', sugirió Elena.
Así que, después de un rato, decidieron llevar al perrito a casa y lo llamaron 'Coco'. Pero al llegar a casa, se dieron cuenta de que Coco no era el único que necesitaba ayuda. Unos días después, un vecino se acercó a ellas.
- '¡Hola, Elena! ¡Hola, Lucía! Necesito un favor. Mi hija perdió su muñeca y no puedo encontrarla', dijo don Ramón, un hombre amable pero preocupado.
- 'No se preocupe, don Ramón. Yo ayudaré a buscarla', dijo Lucía emocionada.
Así que, Lucía y su mamá se pusieron a buscar la muñeca por todo el barrio. Preguntaron a los niños que jugaban en el parque, revisaron detrás de los bancos, hasta que, al final, la encontraron en la casita de juegos.
- '¡La encontramos, mamá!', gritó Lucía con alegría, levantando la muñeca.
- '¡Qué felicidad! Don Ramón estará tan agradecido', dijo Elena, sonriendo.
Cuando regresaron a casa, se sintieron muy contentas. Pero pronto, ocurrió un nuevo suceso. El ciclo de solidaridad parecía no terminar.
Una noche, mientras preparaban la cena, escucharon un fuerte golpe en la puerta. Al abrirla, se encontraron con una mamá ave que había caído de su nido.
- 'Mamá, ¡debemos ayudarla!', dijo Lucía, preocupada.
- 'Sí, vamos a hacer un nido para ella. Tal vez podamos ayudarla a volver con sus bebés', respondió Elena.
Con mucho cuidado, juntas crearon un nido con ramas y hojas y colocaron a la mamá ave en un lugar seguro. Se aseguraron de que tuviese agua y comida. Pasaron varios días cuidándola hasta que finalmente, un día, la mamá ave pudo volar de nuevo y llevarse a sus bebitos.
- '¡Lo hicimos, mamá!', exclamó Lucía, llena de alegría.
- 'Sí, y lo hicimos juntas. Siempre hay que ayudar a quienes lo necesitan', dijo Elena sonriente.
El tiempo pasó, y cada vez más vecinos acudían a Elena buscando ayuda, porque todos sabían que era la mujer más buena del mundo.
Un día, una gran tormenta azotó el barrio, y muchos necesitaban refugio.
- 'Mamá, ¿por qué no invitamos a los vecinos a quedarnos en casa?', sugirió Lucía.
- 'Es una gran idea, Lucía. Nuestra casa siempre será un hogar para quienes lo necesiten', respondió Elena.
Así, invitaron a las familias a refugiarse de la tormenta. Había risas, historias y canciones en aquella noche. Al amanecer, la tormenta había pasado y la alegría se sentía en el aire.
- 'Incluso en los momentos difíciles, siempre hay que ayudar y compartir', reflexionó Elena.
Pasaron los días y, aunque Lucía amaba que su mamá fuera la mujer más buena del mundo, comenzó a preguntarse:
- '¿Y si yo también puedo ser como ella?', dijo un día.
- 'Claro que sí, Lucía. Solo tienes que seguir el ejemplo de ayudar a los demás', le respondió Elena, muy orgullosa.
Así fue como Lucía comenzó a hacer actos de bondad por su cuenta. Cada semana, elegía una forma de ayudar a su comunidad, desde compartir juguetes con otros niños hasta ayudar a su maestra a decorar el aula.
Todo lo que Lucía hacía lo hacía con amor, y su mamá siempre la apoyaba.
Con el tiempo, Lucía se dio cuenta de que ser buena con los demás también la hacía sentir bien a ella.
- 'Mamá, creo que ser buena también me hace feliz', le confesó una tarde.
- 'Por supuesto, Lucía. Esa es la verdadera felicidad, ayudar a los demás de corazón', explicó Elena.
Y así, Lucía, bajo la guía inspiradora de su mamá, se convirtió también en una de las personas más bondadosas del barrio. Al final del cuento, Elena mira a su hija con amor y piensa en lo orgullosa que se siente de ella.
Y todos aprendieron que la bondad es contagiosa, y juntos pueden cambiar su pequeña parte del mundo, un acto a la vez.
FIN.