La Manzana Brillante
En un hermoso huerto lleno de árboles frutales, había una pequeña manzana llamada Lila. Lila era conocida por su brillante color rojo y su forma perfecta. Mientras todo en el huerto la admiraba, a ella le preocupaba ser la más linda de todas.
Una tarde, mientras Lila se balanceaba en su rama, escuchó un susurro a sus espaldas. Eran tres manzanas podridas: Paca, Mela y Rota. Ellas eran las manzanas más feas del huerto y vivían en un rincón olvidado.
"Mirá esa manzana tan brillante, ¡qué pretenciosa!" - dijo Paca.
"Sí, no entiendo por qué todos la miran. Yo diría que la hagamos un buen truco y que se sienta mal por ser tan 'especial'." - comentó Mela, mostrando una sonrisa torcida.
"Deberíamos decirle que no necesita ser linda para ser querida. A veces ser una manzana normal es lo mejor." - agregó Rota, disimulando su envidia.
Al principio, Lila ignoró los comentarios de las manzanas podridas y continuó disfrutando de su día bajo el sol. Pero cada vez que pasaba cerca de ellas, sentía que la miraban con desdén. A veces, hasta le hacían bromas que la hacían sentir incómoda.
"Lila, ¡qué lindo color tenés! Pero... ¿no te parece que podrías hacerte un poco más sencilla?" - dijo Paca, riendo.
Poco a poco, las palabras de las manzanas podridas empezaron a calar en la cabeza de Lila. Un día decidió acercarse a ellas y preguntar.
"¿Por qué hablan así de mí? Yo solo quiero ser linda, no entiendo qué les molesta" - dijo Lila, su voz temblaba un poco.
"Es que, querida, ser linda no es lo único que importa. A veces, las cosas sencillas son más valiosas. Esto es solo apariencia, y a nosotros no nos importa eso..." - Mela trató de sonar comprensiva, aunque sus ojos brillaban de envidia.
Lila, confundida, se fue a reflexionar sobre lo que había escuchado. Pensó que tal vez sería mejor ser menos brillante, un poco más como ellas. Así que decidió no hacer tanto caso a su luz y esconderse un poco entre las hojas.
Pasaron los días y cada vez estaba más apagada, hasta que un día, un pequeño niño llegó al huerto con su familia. Emocionado, comenzó a recoger las mejores manzanas para hacer una tarta.
"Mira papá, ¡esa manzana roja es perfecta!" - exclamó el niño al ver a Lila.
Lila, al escuchar lo que decía el niño, sintió su interior brillar de nuevo. Recordó que ser linda era parte de su esencia, y que no tenía que cambiar por lo que pensaran las manzanas podridas.
Entonces, se levantó con todo su esplendor. La luz del sol reflejaba en su piel roja como si fuera un pequeño faro en el huerto. El niño corrió hacia ella y la cosechó con mucho cariño.
Fue así como, en ese instante, Lila comprendió que ser diferente no era un defecto, sino una virtud. Al volverse a mirar, se dio cuenta de lo valiosa que era su singularidad. Las manzanas podridas, lejos de sentirse bien, comenzaron a dudar de su envidia.
"Tal vez lo que hicimos no fue correcto..." - murmuró Rota mientras observaba a Lila alejarse.
"Sí, deberíamos habernos alegrado por ella, no hacerle daño..." - reflexionó Mela, más triste que nunca.
Desde ese día, Lila siguió brillando en el huerto, mostrando que ser auténtico es lo que realmente importa. Y las manzanas podridas, aunque nunca lograron cambiar a Lila, aprendieron que la envidia no trae felicidad, sino tristeza.
Con el tiempo, Paca, Mela, y Rota decidieron cambiar su actitud y empezaron a ayudar a las demás manzanas a encontrar su propia belleza. Quizás, con un poco de esfuerzo, capaz también podrían ser lindas a su manera.
Y así, el huerto se llenó de colores y risas, donde todas las manzanas aprendieron que ser uno mismo siempre es lo mejor y que la belleza está en cada uno de nosotros, no importa el tamaño o color. La amistad y la aceptación fueron mucho más valiosas que la apariencia, y todos vivieron felices en su hermoso huerto.
FIN.