La manzanita mágica


Había una vez una familia muy unida que vivía en una pequeña casita. Mamá solía hornear deliciosas galletas, mientras Papá era muy bueno reparando cosas. Tenían dos niños: Pedrito, que amaba correr afuera, y Lola, que adoraba pintar.

Abuela Rosa contaba historias fascinantes sobre aventuras mágicas a sus nietos todas las noches. Un día, mientras caminaban por el bosque, descubrieron un manzano muy especial. Sus manzanas brillaban como estrellas y desprendían un delicioso aroma a canela.

Abuela Rosa les explicó que estas manzanas eran mágicas y que concedían deseos a quienes las comieran con gratitud y bondad en sus corazones. Los niños, emocionados, eligieron cuidadosamente una manzana cada uno.

Pedrito deseó tener la oportunidad de correr más rápido, mientras que Lola deseó que sus pinturas cobraran vida. Para su sorpresa, al dar el primer mordisco, Pedrito descubrió que podía correr como el viento, y Lola vio cómo sus dibujos se volvían tridimensionales y cobraban vida.

Con sus nuevos poderes, los niños se divirtieron mucho, pero pronto se dieron cuenta de que la magia no era solo para divertirse. Comenzaron a usar sus poderes para hacer el bien a los demás.

Pedrito salvó a un perrito atorado en un árbol, y Lola creó un jardín mágico en el patio trasero donde todos los animales heridos podían encontrar refugio y curarse. Sin embargo, un día los poderes de las manzanas mágicas empezaron a debilitarse.

Abuela Rosa les recordó que la verdadera magia estaba en sus corazones y que, aunque las manzanas podrían haberles dado habilidades especiales, eran ellos quienes tenían el poder de hacer del mundo un lugar mejor.

Con esa lección en mente, los niños continuaron ayudando a los demás con lo que tenían. Aunque las manzanas mágicas desaparecieron, su bondad y gratitud nunca se desvanecieron. Y así, la familia aprendió que la verdadera magia reside en el amor y la generosidad.

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