La Máquina de los Sueños



Era un día soleado en el aula de 4 años, cuando de repente, algo inusual apareció en la zona de la asamblea. Una máquina misteriosa brillaba con colores llamativos y tenía un letrero que decía "La máquina de los sueños". Los niños, llenos de curiosidad, se acercaron a mirarla.

- ¿Qué será eso? - preguntó Lucas, mirando los botones brillantes.

- ¡No sé! - respondió Sofía, emocionada. - ¡Pero se ve increíble!

Se acercaron despacito, y al leer la nota que colgaba de la máquina, sus ojos se iluminaron:

"Hola, soy la máquina de los sueños, y tengo un gran poder. Si me escribís qué queréis ser de grandes, ¡os ayudaré a conseguirlo!" - leyó Martín, mientras los demás miraban expectantes.

- ¡Yo quiero ser astronauta! - gritó Valentina. - ¡Voy a ver el espacio y tocar las estrellas!

- ¡Y yo quiero ser un gran chef! - dijo Martín. - Haré pizzas gigantes y pasteles de colores.

- ¡Yo quiero ser artista! - anunció Sofía, mientras imaginaba un mundo de colores y pinceles.

Al ver la emoción, la máquina sutilmente emitió un sonido y en su pantalla, aparecieron palabras sobre sus sueños.

- Entonces, debemos escribir nuestros sueños - sugirió Lucas, mientras todos asintieron con entusiasmo.

Con lápices y papeles en mano, comenzaron a escribir:

"Quiero ser astronauta" - dijo Valentina, mientras alimentaba la máquina con su papel.

"Quiero ser chef" - repitió Martín, con una gran sonrisa.

"Quiero ser artista" - afirmó Sofía.

"Yo quiero ser futbolista" - añadió Tomás, contagiado por la energía del grupo.

La máquina comenzó a parpadear y emitió un sonido como un motor a punto de arrancar. De repente, una luz brillante rodeó a todos y, por un momento, sintieron que todo era posible. ¡Estaban dentro de un juego único donde cada uno de sus sueños cobraba vida!

Valentina se vio en una nave espacial, con el traje de astronauta, paseando entre estrellas y planetas pintorescos. Sin embargo, notó que la soledad del espacio era algo que no se esperaba.

- ¿Dónde están mis amigos? - preguntó en voz alta, y la máquina le respondió: "Un verdadero aventurero comparte su viaje".

Entonces, Valentina decidió regresar a la máquina y se escuchó el mismo sonido brillante. En un abrir y cerrar de ojos, volvió al aula, rodeada de sus amigos.

- ¿Qué pasó, Valen? - le preguntó Sofía.

- Descubrí que las aventuras se disfrutan más si estamos juntos - respondió ella con una sonrisa.

A su vez, Martín tuvo la oportunidad de cocinar en un gran restaurante, pero se dio cuenta que, aunque las comidas eran deliciosas, preparar platos en soledad no era tan divertido. Decidió volver y contarle a todos:

- Me di cuenta que compartir la comida hace que lo que cocinamos sea especial. Hay que hacerlo con amigos.

Así, todos comenzaron a volver a la máquina uno a uno, compartiendo sus experiencias y descubriendo que algo faltaba en sus sueños si no estaban juntos.

Cuando finalmente todos regresaron, comenzaron a hablar juntos sobre sus sueños.

- ¿Y si hacemos una fiesta de astronautas, chefs y artistas? - propuso Tomás.

- ¡Sí! Podemos hacer arte de estrellas, cocinar y bailar con disfraces de astronautas - agregó Sofía emocionada.

Y así, con cada uno contribuyendo a la fiesta, se sintieron muy satisfechos. La máquina de los sueños no solo les ayudó a darse cuenta de sus deseos, sino que los invitó a aprender lo que significa soñar en colectivo, a ser amigos a pesar de las diferencias de sus aspiraciones individuales.

Al final del día, rodeados de risas y música, todos los niños se dieron cuenta de que, aunque tenían sueños diferentes, el mejor sueño de todos era poder compartirlo. Y la máquina de los sueños, satisfecha, se apagó lentamente, hasta la próxima vez que los niños decidieran volver a buscarla.

- ¡Hasta la próxima, máquina de los sueños! - gritó Valentina mientras todos abrigaron el deseo de seguir soñando, siempre juntos.

FIN.

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