La Máquina Mágica de Matteo
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, un niño llamado Matteo. Era un chico muy simpático e inteligente, con una gran pasión por el chocolate. Todos los días soñaba con poder fabricar su propio chocolate, algo que le parecía tan dulce como la miel. Pero había un problema: no contaba con una fábrica de chocolates. Solo tenía materiales comunes que encontraba en su casa.
Un buen día, mientras revisaba su desordenado cuarto, Matteo se topó con una calabaza de Halloween olvidada. Era una calabaza un poco extraña, de color anaranjado brillante, con una sonrisa burlona tallada en su superficie.
- “Hola, Matteo” - dijo la calabaza de repente, haciendo que el niño saltara de sorpresa.
- “¡Ay! ¿Quién... quién habla? ” - respondió, mirando alrededor para ver si había alguien más.
- “Soy yo, la calabaza mágica. He estado observándote y sé que quieres hacer chocolate. ¿Qué te parece si te ayudo? ”
Matteo no podía creer lo que escuchaba. Una calabaza que hablaba y que además era mágica.
- “¿Ayudarme? ¿Cómo? ” - preguntó, emocionado.
- “Con un poco de magia, te daré poderes para crear una máquina que faça el mejor chocolate del mundo. Pero tienes que prometerme que solo usarás la máquina para cosas buenas” - aseguró la calabaza, guiñando un ojo.
Matteo asintió con la cabeza, sintiendo que esta era una oportunidad única. La calabaza se iluminó en un resplandor dorado que rodeó a Matteo y, de repente, sintió un cosquilleo en sus manos. "¡Súper!" pensó, mientras se llenaba de ideas.
Esa misma tarde, se puso a buscar cosas en su casa: latas vacías, un viejo ventilador, papel de aluminio, y un montón de cables que su papá tenía guardados. Con todos esos materiales, comenzó a armar una máquina que, a primera vista, parecía un lío enorme de cosas. Pero Matteo sabía que era mucho más que eso.
- “Sólo necesito un toque de magia más” - murmuró, mirando a la calabaza.
Una lluvia de chispitas mágicas brotó de la calabaza. Matteo, emocionado, apretó un botón. ¡La máquina zumbó y empezó a moverse! De repente, ruidos de burbujeo llenaron la habitación.
- “¡Sí! ¡Funciona! ” - gritó, saltando de alegría.
Pero, ¡Oh no! La máquina comenzó a lanzar chocolate por todas partes. Era como una fontana de chocolate, pero la habitación se estaba llenando rápido.
- “¡Stop! ¡Para! ” - gritó Matteo, y cuando la calabaza le echó un vistazo, supo que debía intentar resolverlo. Se concentró y, recordando las palabras de la calabaza, puso su mano en un panel que parecía haber hervido de chocolate.
- “¡Detente, por favor! ”
De pronto, la máquina se calmó. Había chocolate por todas partes, pero había un verdadero problema: habría que limpiar.
- “No te preocupes, Matteo. En la vida siempre tenemos que aprender a manejar nuestros errores. Ahora vamos a ser creativos. ¿Qué tal si hacemos chocolates para donar a los niños del barrio? ”
Matteo sonrió, mientras miraba todos los chocolates que había producido. Cargaron cajas llenas de chocolates y juntos, Matteo y la calabaza fueron a casa de sus vecinos, regalando dulces a todos.
- “¡Esto es un verdadero placer! ” - dijo un niño que recibió uno de los chocolates.
Los días siguientes, la calabaza y Matteo continuaron haciendo dulces, aprendiendo a usar la máquina con responsabilidad. A medida que pasaba el tiempo, comenzaron a inventar nuevos sabores y formas de chocolate.
Pero un día, un grupo de traviesos del barrio comenzó a hacer desorden en la casa de Matteo, intentando apoderarse de su máquina mágica.
- “¡Eh, chicos! No pueden tocar eso, ¡es peligroso! ” - gritó Matteo.
- “¡Queremos chocolate! ” - respondieron, burlándose.
Sin embargo, uno de ellos pudo activar la máquina sin pensar y, de repente, estallaron burbujas de chocolate hacia todos lados.
- “¡Matteo, ayúdanos! ” - gritaron los chicos, ahora cubiertos de chocolate.
Matteo pensó rápidamente y, recordando la enseñanza de su calabaza mágica, decidió ayudarles a todos. Juntos, limpiaron la casa y, al final, se hicieron amigos.
- “No puedo creer lo divertido que fue, gracias, Matteo” - dijo uno de los chicos, con una sonrisa de chocolate.
- “De nada, pero recuerden, el chocolate se disfruta mejor cuando se comparte” - respondió Matteo, riendo.
Desde entonces, la máquina de chocolate se convirtió en un lugar de encuentro para todos los niños del barrio, donde crearon, jugaron y compartieron dulces todos juntos. Y así, gracias a una calabaza mágica y su creatividad, Matteo se convirtió en el pequeño chocolatero del barrio, enseñando a todos que la verdadera magia estaba en compartir y trabajar en equipo. Y siempre, siempre, había un poco de chocolate para todos.
Fin.
FIN.