La mariposa que cambió mi destino



había nacido en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Desde que era muy chiquita, me encantaba explorar los bosques y los senderos que había alrededor de mi casa.

Me gustaba imaginar que era una exploradora en busca de tesoros escondidos. Un día, mientras caminaba por el bosque, encontré una pequeña mariposa herida en el suelo. La tomé con cuidado entre mis manos y la llevé a casa para curarla.

Durante días, estuve pendiente de la mariposa, alimentándola con néctar y asegurándome de que tuviera todo lo que necesitaba para sanar. Finalmente, la mariposa se recuperó y voló libre hacia el cielo.

Ese momento fue mágico para mí, porque sentí que había hecho algo importante y valioso para ayudar a otra criatura viva. A partir de ese día, decidí dedicarme a ayudar a los demás siempre que pudiera.

Empecé por hacer pequeñas acciones como reagarrar basura del camino o ayudando a mis vecinos mayores con sus compras del supermercado. Pero pronto descubrí que podía hacer mucho más si trabajaba duro y perseveraba en mis objetivos.

Así fue como empecé a estudiar biología e ingeniería ambiental en la universidad, porque quería encontrar soluciones innovadoras para proteger nuestro planeta. Fue difícil al principio: las matemáticas se me daban fatal y algunas asignaturas eran muy complicadas.

Pero no me rendí nunca: cada vez que tenía un problema o una dificultad, buscaba ayuda en mis profesores o compañeros de clase hasta entender todo bien. Después de muchos años de estudio y trabajo duro, logré mi sueño: convertirme en una ingeniera ambiental reconocida a nivel mundial.

Ahora viajo por todo el mundo dando charlas sobre cómo cuidar nuestro planeta y ayudando a comunidades locales a implementar tecnologías limpias.

Pero lo que más me gusta es saber que mi pequeña acción de salvar una mariposa herida hace tantos años fue la chispa que encendió mi pasión por ayudar al mundo. Y sé que si yo pude hacerlo, cualquier niño o niña también puede hacer grandes cosas si se lo propone con fuerza y perseverancia.

"¿Cómo hiciste para no rendirte cuando las matemáticas te parecían difíciles?"- preguntó un niño durante una charla. "Bueno, al principio sí me resultaban muy complicadas -respondí-, pero luego entendí que todo era cuestión de práctica y esfuerzo.

Así que empecé a estudiar más, pedir ayuda cuando no entendía algo y practicar mucho hasta dominarlo". "¡Gracias! Quiero ser como tú cuando sea grande", dijo el niño emocionado. Me alegré de haber inspirado a alguien más para hacer el bien en este mundo.

Y pensé que si cada uno hacía su parte para ayudar al prójimo y al planeta, podíamos crear un futuro mejor para todos.

FIN.

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