La Mariposa y la Flor
En un hermoso jardín lleno de colores, vivía una mariposa llamada Lila. Sus alas tenían tonos violetas y azules que brillaban con la luz del sol. Lila amaba volar entre las flores, pero había una en particular que siempre llamaba su atención: la flor del sol, una planta amarilla que destacaba entre las demás.
Un día, mientras Lila revoloteaba cerca de la flor del sol, escuchó una voz suave y melodiosa que decía desde dentro de los pétalos:
"¡Hola, mariposa! Estoy aquí, disfrutando de este hermoso día. ¿Te gustaría charlar un poco?"
Lila se detuvo en seco, sorprendida de que una flor pudiera hablar.
"¡Hola! No sabía que las flores podían hablar. Yo soy Lila, la mariposa. ¿Quién eres tú?"
"Soy Florinda, la flor del sol. Siempre he soñado con conocer a una mariposa como vos."
Lila sonrió mientras daba pequeñas vueltas en el aire.
"¿Por qué lo dices? No soy nada especial. Solo me gusta volar y disfrutar del jardín."
"Pero solo una mariposa puede traer alegría con sus colores y su danza en el aire. Yo, en cambio, me quedo aquí, anclada a la tierra, buscando la forma de brillar más. Me gustaría que los demás me miraran y admiraran mi belleza."
Lila reflexionó sobre las palabras de Florinda, pero no sabía cómo ayudarla.
"Pero Florinda, tú ya eres hermosa. Tu color amarillo brillante atrae a las abejas y también a mí. ¿No sientes la alegría cuando te acaricia el viento?"
"A veces, sí. Pero me gustaría ser como vos, libre y feliz en el aire."
Entonces, Lila tuvo una idea.
"¿Sabés qué? Puedo ayudarte a sentirte más libre. Juntas podríamos hacer algo especial."
"¿De verdad? ¿Qué se te ocurre?"
"Podrías imaginar que tus pétalos son como alas, y que cuando el viento sople, puedes volar con él. Juntas podemos disfrutar de la belleza del jardín desde otro ángulo."
Intrigada, Florinda asentía moviendo sus pétalos. A partir de ese día, cada vez que el viento soplaba, Lila le enseñaba a Florinda a danzar al ritmo de la brisa.
Un día, mientras jugaban, conocieron a un grupo de insectos del jardín que se reían.
"¡Miren! La flor está tratando de volar como una mariposa. ¡Qué loco!"
Lila se enojó al escuchar las risas, pero decidió no dejar que eso afectara a su amiga.
"¡No se rían! Florinda tiene su propia belleza y no necesita volar para ser especial. Todos aportamos al jardín de diferente manera."
Los insectos se miraron un poco avergonzados, pero Florinda se sintió más segura. Decidió que no le importaría lo que pensaran los demás. Continuó dejando que el viento la mecía y pronto, todos en el jardín comenzaron a apreciarla por su único brillo y esencia.
Con el tiempo, Florinda también mostró a Lila la belleza de ser fuerte y estable.
"Lila, gracias por enseñarme a sentirme más libre. Pero también, gracias por recordarme lo especial que soy justo aquí, en la tierra."
Así, mientras Lila volaba alto, Florinda siempre lo contemplaba desde su lugar, creciendo y floreciendo cada día más. Aprendieron ambas a apreciar sus habilidades y a celebrar lo que cada una aportaba al jardín: Lila, con su vuelo alegre, y Florinda, con su hermoso color. Desde ese día, el jardín brillaba aún más con el compás de sus respectivas danzas, mostrando que cada uno tiene su propia forma de brillar.
Y así, la mariposa y la flor se convirtieron en grandes amigas, disfrutando del jardín, mostrando a todos que la verdadera belleza radica en ser uno mismo y en aceptar lo único que cada ser ofrece al mundo.
FIN.