La mazorca generosa



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un granjero llamado Pedro. Pedro era conocido por sus deliciosas mazorcas de maíz, las cuales cultivaba con mucho amor y cuidado en su huerto.

Un día, mientras Pedro se encontraba trabajando en su campo, notó que había desaparecido la última mazorca de maíz. ¡Alguien se la había llevado! No sabía quién podía ser tan travieso como para robarle su preciado tesoro amarillo.

Decidido a encontrar al culpable, Pedro comenzó a seguir las huellas dejadas por el ladrón. Lo siguió por todo el pueblo hasta llegar a una pequeña casa abandonada al final del camino.

Con valentía, Pedro entró y descubrió que el ladrón no era otro que un niño llamado Juan. - ¡Hola! -exclamó Pedro sorprendido-. ¿Por qué te llevaste mi última mazorca de maíz? Juan miró hacia abajo avergonzado y respondió:- Lo siento mucho, señor.

Estaba muy hambriento y pensé que nadie se daría cuenta si tomaba solo una. Pedro entendió la situación difícil en la que vivía Juan y decidió enseñarle una lección importante sobre la importancia de trabajar duro y compartir.

- Mira, Juan -dijo Pedro-, entiendo que estés pasando por momentos difíciles. Pero tomar lo que no es tuyo no está bien. Ven conmigo al huerto y te enseñaré cómo cultivar tus propias mazorcas de maíz. Juan levantó la cabeza emocionado ante esa oportunidad única.

Juntos, Pedro y Juan regresaron al huerto y comenzaron a trabajar en la tierra. Pedro le enseñó a Juan cómo sembrar las semillas, cuidar las plantas y recolectar los frutos. Con el tiempo, las mazorcas de maíz crecieron altas y fuertes.

Juan estaba lleno de gratitud hacia Pedro por haberle dado una segunda oportunidad y enseñarle una valiosa lección. Un día, mientras estaban cosechando juntos, un grupo de niños del pueblo se acercó al huerto.

Quedaron asombrados al ver el increíble trabajo que Pedro y Juan habían realizado. - ¡Wow! -exclamó uno de los niños-. ¿Cómo lo hicieron? Pedro sonrió orgulloso y respondió:- Trabajamos juntos con amor, dedicación y aprendiendo de nuestros errores.

Ahora tenemos estas hermosas mazorcas de maíz para compartir con todos ustedes. Los niños se emocionaron ante la generosidad de Pedro y Juan. Todos disfrutaron juntos del dulce sabor del maíz recién cosechado mientras compartían historias y risas.

Desde ese día en adelante, Pedro decidió involucrar a los niños del pueblo en su huerto. Les enseñaba sobre la importancia del trabajo duro, la responsabilidad y cómo cultivar sus propios alimentos.

Juan se convirtió en un granjero talentoso gracias a los conocimientos que había adquirido junto a Pedro.

Además, se hizo amigo de todos los niños del pueblo, quienes siempre recordaban aquella vez cuando él robó la última mazorca pero encontró mucho más que eso: encontró una nueva familia llena de amor y comprensión. Y así, la historia de la última mazorca de maíz y el ladrón se convirtió en un recordatorio para todos sobre la importancia de perdonar, aprender de los errores y compartir con generosidad.

FIN.

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