La mediadora de la paz


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Alma. Alma era muy especial porque tenía la habilidad de mediar en los conflictos entre las personas.

Desde que era muy pequeña, siempre había sentido una gran empatía por los demás y siempre buscaba soluciones pacíficas para resolver problemas. Un día, mientras caminaba por el parque del pueblo, Alma se encontró con dos amigos, Martín y Sofía. Ellos estaban discutiendo acaloradamente sobre qué juego jugar.

Martín quería jugar al fútbol y Sofía prefería jugar a las muñecas.

Alma se acercó a ellos y les dijo: "Chicos, ¿por qué no intentamos encontrar un juego en el que todos podamos divertirnos? Podríamos hacer una competencia de lanzamiento de pelotas al arco con las muñecas como espectadoras". Martín y Sofía miraron a Alma sorprendidos pero emocionados con la idea. Juntos comenzaron a organizar todo para su nuevo juego.

Fueron al campo de fútbol donde colocaron un arco improvisado y pusieron a sus muñecas en sillas frente al campo. Cuando empezaron a lanzar las pelotas hacia el arco, se dieron cuenta de lo divertido que era combinar sus dos juegos favoritos.

Rieron juntos y disfrutaron del tiempo compartido. Después del juego, Alma les dijo: "¿Ven? Cuando trabajamos juntos podemos encontrar soluciones creativas que nos hagan felices a todos". Martín y Sofía asintieron con entusiasmo.

Desde ese día, Alma se convirtió en mediadora oficial del pueblo. Siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás a resolver sus problemas. Ya sea que se tratara de amigos, hermanos o vecinos, todos sabían que podían contar con Alma para encontrar soluciones justas y pacíficas.

Un día, el alcalde del pueblo escuchó sobre las habilidades de Alma y decidió invitarla a una reunión en la alcaldía. Había un conflicto entre dos familias que estaban peleando por un pedazo de tierra.

Ambas familias tenían razones válidas para querer ese terreno y no podían llegar a un acuerdo. Alma se sentó con ambas familias y comenzó a escuchar sus argumentos.

Después de mucha reflexión, Alma propuso una solución: dividir el terreno en dos partes iguales y permitirles a ambas familias utilizarlo según sus necesidades. Ambas familias aceptaron la propuesta de Alma y se dieron cuenta de que era una forma justa de resolver su conflicto.

Desde entonces, las dos familias compartieron amigablemente la tierra sin más problemas. La noticia sobre el éxito de Alma como mediadora corrió rápidamente por todo el pueblo y pronto recibió solicitudes de ayuda para resolver otros conflictos.

Desde peleas en la escuela hasta disputas entre comerciantes locales, Alma siempre encontraba una manera equitativa de poner fin a cualquier conflicto. Con cada problema resuelto, Alma se sentía feliz porque sabía que estaba haciendo del mundo un lugar mejor.

A medida que crecía, siguió siendo una mediadora comprometida con ayudar a los demás. Y así fue como La pequeña Alma mediadora de conflictos dejó su huella en el corazón del pueblo argentino, enseñando a todos la importancia de encontrar soluciones pacíficas y justas para vivir en armonía.

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