La Melodía de Viena
En una brillante mañana en Viena, donde las notas musicales parecían flotar en el aire, vivía un joven llamado Wolfgang Amadeus Mozart. A pesar de su corta edad, Wolfgang ya había compuesto muchas melodías hermosas que hacían sonreír a las personas. Su pasión por la música era tan grande que soñaba con un día tocar su música en el majestuoso palacio de la realeza.
Un día, mientras Wolfgang paseaba por el parque, escuchó a un grupo de músicos tocando un alegre vals. Con el ritmo en su corazón, se acercó emocionado.
- “¡Qué bonita suena esa música! ” - dijo Wolfgang, con su carita iluminada por una gran sonrisa.
- “Gracias, joven. Pero nuestra música es solo para entretener a los nobles. No todos pueden disfrutarla.” - respondió uno de los músicos, alzando la ceja.
Wolfgang frunció el ceño. No podía creer que la música, algo tan maravilloso, estuviera reservada solo para unos pocos. Decidido a cambiar esto, se fue a casa y comenzó a componer.
Los días pasaron, y Wolfgang creó una melodía que era alegre y divertida, pero también mágica, como un cuento de hadas. Estaba listo para mostrar su satisfacción musical al mundo.
Finalmente, llegó el gran día. En el palacio real, se anunciaba un baile donde asistirían todos los noblitos de Viena. Wolfgang tomó su pequeña flauta y se acercó al castillo, se sentía nervioso pero entusiasmado.
- “¿Puedo tocar en la fiesta? ” - preguntó a un guardia, quien lo miró de arriba abajo.
- “Kid, no creo que te dejen entrar a un lugar como este. ¡Es solo para realeza! ” - se burló el guardia.
Pero Wolfgang no se dio por vencido. Con su determinación, se adentró en el palacio. A medida que caminaba, escuchaba risas y música, pero también vio a muchos niños que no podían unirse a la diversión, ya que eran de clases humildes. En ese momento, se le ocurrió una idea.
Rápidamente, le pidió a la reina que le diera una oportunidad.
- “Su Alteza, soy Wolfgang Mozart, y tengo una melodía especial que deseo compartir con todos, no solo con la realeza.” - dijo, con voz firme.
La reina, intrigada por su audacia, decidió escucharlo.
- “Muy bien, pequeño Mozart. Toca tu melodía, y veremos si mereces un lugar aquí.” - respondió, esbozando una sonrisa condescendiente.
Wolfgang se posicionó en el centro de la gran sala llena de nobles y comenzó a tocar. Su música llenó el aire, llevando a todos a un mundo lleno de risas y danzas.
Los nobles comenzaron a reír, aplaudir y bailar. De repente, Wolfgang notó que detrás de una cortina, una familia de músicos pobres escuchaba.
Wolfgang, sintiendo que su melodía era ahora para todos, hizo un gesto para que se acercaran.
- “¡Vengan! ¡La música es de todos! ” - les gritó.
Los nobles, sorprendidos por la singular acción del niño, comenzaron a reirse y aplaudir más fuerte. La reina, fascinada, dijo:
- “Ese niño tiene razón. La música no debe ser un privilegio, debe ser un regalo para todos.”
Wolfgang, con su corazón lleno de alegría, vio cómo otros niños se unían a él, tocando instrumentos improvisados mientras los nobles se maravillaban de su talento y alegría.
Así, lo que comenzó como un sueño se convirtió en una hermosa realidad, y la música se convirtió en el idioma que unió a todos, independientemente de su origen. Desde ese día, las puertas del palacio se abrieron para todos, regalando un espacio donde la música y la amistad podían florecer.
Wolfgang nunca dejó de componer, llenando la ciudad de Viena con melodías que celebraban la diversidad y la unión de todos sus habitantes, y así, el pequeño milagro de la música continuó.
Y desde ese día, la música sureña sonó en cada rincón del palacio, llevando risas y alegría a todos, reafirmando que la música no conocía fronteras ni estatus.
Fin.
FIN.