La Merienda en Sombra
Era un día soleado en la escuela, y yo, junto a mis amigas Luli, Kiara, Greisy, Ana y Ari, habíamos encontrado el rincón de sombra perfecto en el patio. Nos sentamos en el césped, sacamos nuestras meriendas y comenzamos a disfrutar de nuestro descanso.
— ¡Miren esta galletita que me trajo mi mamá! —exclamó Luli, mostrando orgullosa su esmaltado bocadillo.
— ¡Qué rica! —respondió Kiara—. A mí me gusta más mi sándwich de mermelada.
No muy lejos, nuestros compañeros Lorenzo y Francisco pasaban corriendo, riendo y jugando al fútbol. Pero nosotras estábamos muy concentradas en nuestras meriendas como para prestarles atención. Sin embargo, de repente, escuchamos un ruido. Un pequeño palo aterrizó cerca de nosotras.
— ¿Qué fue eso? —preguntó Greisy con curiosidad.
Antes de que pudiese responder, un segundo palo voló por el aire, esta vez aterrizando justo a un lado de Ari.
— ¡Oigan, despavilen! —gritó Ana, un poco asustada.
Las risas de Lorenzo y Francisco se oyeron más fuertes.
— ¡Chicos, qué gracia! —gritó Kiara mientras se agachaba para evitar otro palo—. ¡No es divertido!
Decidimos levantarnos y acercarnos a ellos.
— ¡Hey, Lorenzo! ¡Francisco! —les llamé—. ¿Por qué nos tiran palos?
Ellos se miraron y, tras un momento de silencio, Lorenzo dijo:
— No era para tanto, solo queríamos que jugaran con nosotros.
— Pero eso no es la manera —contestó Luli—. Podrían habernos lastimado.
Francisco se cruzó de brazos, sonriendo.
— Bueno, si quieren, podemos hacer un juego juntos.
Las chicas se miraron y sentí que había una chispa de emoción en el aire.
— Pero no quiero palos —dijo Greisy—. Preferimos un juego de pelotas.
Ese fue el punto de giro. Lorenzo y Francisco se miraron, pensativos. Por un momento, el grupo de chicos se sintió un poco avergonzado.
— Está bien, hagamos un juego de pelotas, pero si les tiramos alguna, ¡será con mucho cuidado! —dijo Lorenzo sonriendo.
Y así fue como nos unimos en una partida de fútbol improvisada. Las risas llenaron el patio y los palos se convirtieron en pelotas rodando de un lado a otro.
— ¡Gol! —gritó Ari cuando logró anotar en la portería improvisada.
Diez minutos después, Lorenzo, Francisco y nuestro grupo de chicas de meriendas estábamos todos riendo y divirtiéndonos. La competencia se volvió amistosa, y al final, el que menos goles hizo se declaró el “rey de las meriendas”.
Al terminar, nos sentamos de nuevo en ese rincón de sombra.
— Creo que podríamos ser amigos —dijo Francisco—.
— Sí, pero sin los lanzamientos de palos —agregó Kiara riendo.
Y así, de un malentendido, nació una nueva amistad. Aprendimos que a veces las formas no son las mejores, pero con un poco de diálogo y diversión, se pueden transformar en grandes momentos juntos.
Desde ese día, nuestras meriendas siempre estuvieron acompañadas de un buen juego y risas compartidas.
FIN.