La misión de Lola y sus amigos


En lo profundo de la sierra sur, se encontraba el hermoso pueblo de Juquila, conocido por su Santuario y por ser un lugar lleno de magia y misterio. Sin embargo, últimamente algo preocupante estaba sucediendo en este rincón encantado.

Los habitantes del pueblo, los colones, vivían en armonía con la naturaleza, cuidando cada árbol y cada animal que habitaba en sus tierras.

Pero los miles de peregrinos que llegaban al Santuario cada año no tenían la misma conciencia ambiental. Dejaban basura en las calles, desperdiciaban agua y contaminaban el aire con humo de sus fogatas. Un día, una niña llamada Lola decidió hacer algo al respecto.

Ella amaba a Juquila con todo su corazón y no podía permitir que su hogar se viera afectado por la falta de cuidado del medio ambiente. Así que reunió a sus amigos para buscar una solución. "Chicos, tenemos que hacer algo para salvar a Juquila", dijo Lola con determinación.

"Pero ¿qué podemos hacer nosotros? Somos solo unos niños", respondió Martín, uno de sus amigos. Lola sonrió y les explicó su plan. Decidieron organizar una campaña de limpieza en todo el pueblo.

Crearon carteles coloridos invitando a todos los habitantes y visitantes a unirse a ellos para limpiar las calles, reagarrar la basura y plantar nuevos árboles. La noticia se extendió rápidamente por Juquila y pronto todos estaban entusiasmados por participar en la iniciativa de los niños.

Los colones colaboraron con herramientas y materiales, mientras que los peregrinos se unieron con entusiasmo a la limpieza. Día tras día, Juquila recuperaba su esplendor perdido gracias al esfuerzo conjunto de grandes y chicos.

Los peregrinos aprendieron sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y prometieron llevar ese mensaje a sus propias comunidades cuando regresaran a casa. Finalmente, después de semanas de arduo trabajo, Juquila volvió a brillar como antes.

Los árboles florecían, los ríos volvían a correr cristalinos y el aire estaba limpio otra vez. Lola miraba con orgullo lo logrado junto a sus amigos sabiendo que juntos habían hecho la diferencia.

Desde entonces, cada año organizaban una gran jornada ambiental en Juquila para recordarle a todos que cuidar el planeta era responsabilidad de cada uno.

Y así fue como gracias al esfuerzo valiente e inspirador de unos cuantos niños comprometidos, Juquila siguió siendo un Pueblo Mágico donde la magia más poderosa era el amor por su tierra.

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