La Misión de Lucas



Era un hermoso día de primavera cuando Lucas se despertó con una misión muy especial. Su padre, un inventor famoso, le había dejado una carta antes de partir en un viaje. En ella, decía:

"Querido Lucas, si alguna vez sientes la necesidad de descubrir el mundo, sigue las pistas que he dejado y te llevarán a un lugar lleno de sorpresas. Ahí encontrarás algo muy valioso. ¡Buena suerte!"

Con el corazón latiendo de emoción, Lucas se puso su gorra roja y salió veloz hacia el viejo bosque al final de su barrio, donde se decía que sucedían cosas extrañas. Al caminar entre los árboles, comenzó a encontrar indicios: un lienzo de colores brillantes colgado de una rama, un dibujo en la tierra de un extraño mapa.

"¡Guau! Esto es increíble!" - exclamó Lucas, mirando el mapa con atención.

Siguiendo las señales, se adentró más en el bosque y pronto llegó a un claro donde vio algo sorprendente: un grupo de animales, entre ellos un conejo con sombrero, una tortuga que llevaba unas gafas y un loro que hablaba como un humano.

"¡Hola, pequeño humano!" - gritó el loro. "¿Vienes en busca de la Gran Maravilla?"

"Eh, sí, estoy siguiendo unas pistas que dejó mi papá. ¿Saben algo sobre eso?" - respondió Lucas, un poco confundido pero emocionado por la situación.

"¡Claro!" - dijo el conejo con su sombrero. "Para encontrar la Gran Maravilla, deberás resolver tres acertijos. ¡Nosotros te ayudaremos!"

Con una sonrisa en su rostro, Lucas aceptó el desafío. Así, el grupo se dispuso a resolver el primer acertijo.

"¿Qué es lo que nunca camina, siempre está en el mismo lugar y viaja por todo el mundo?" - preguntó la tortuga.

Lucas pensó un momento y, emocionado, gritó:

"¡Un sello!"

"¡Correcto! Eres muy inteligente, pequeño humano. Pasemos al segundo acertijo. "

El loro hizo una señal y todos se sentaron en un círculo.

"¿Qué es lo que se rompe al hablar?" - lanzó el segundo acertijo.

Lucas se quedó en silencio por un momento, luego se iluminó su rostro.

"¡El silencio!"

Todos aplaudieron, incluso el conejo dio saltos de alegría.

"¡Bien hecho! Solo queda uno más. ¿Listo? Aquí va: ¿Cuál es el lugar donde siempre está lleno de luz y nunca se apaga, pero nunca está rehabilitado?" - preguntó el conejo.

Lucas frunció el ceño, meditando muy concentrado. Miró al cielo y de repente se le ocurrió.

"¡El sol!" - gritó Lucas con fuerza.

Los animales lo miraron con admiración.

"¡Has resuelto los tres acertijos!" - dijo la tortuga. "Ahora, debes seguir ese camino hacia la Colina de las Estrellas. Ahí encontrarás tu tesoro."

Lucas agradeció a sus nuevos amigos y corrió hacia la colina. Cuando llegó, se encontró con un hermoso árbol que brillaba con luces de todos los colores. En sus ramas colgaban pequeños frascos llenos de polvo de estrellas.

"Esto es hermoso..." - murmuró Lucas. "Es el tesoro de mi papá."

Sin embargo, mientras estaba rodeado de tanta belleza, notó algo extraño. Los frascos parecían estar desapareciendo poco a poco. Confundido se acercó a uno de ellos.

"¿Por qué se van estos frascos?" - preguntó Lucas en voz alta.

Y justo en ese momento, una voz suave emergió del árbol.

"Muchacho, estos frascos no son para quedarse. Deben ser compartidos con el mundo para que todos puedan soñar y creer que lo mágico es posible."

Lucas entendió que su misión no solo era encontrar el tesoro, sino también esparcir la magia a su alrededor. Así que decidió llevar algunos frascos a cada rincón de su barrio, contando a todos la increíble historia de su aventura y compartiendo la magia del polvo de estrellas.

Cuando regresó a casa, su padre lo estaba esperando con una gran sonrisa.

"Lucas, veo que has estado en una gran aventura. ¿Qué aprendiste?" - le preguntó con curiosidad.

Lucas miró a su padre y sonrió.

"Que la verdadera magia está en compartir y hacer que otros sueñen, papá. Ya no se trata solo de mí, ¡sino de todos nosotros!"

Su padre lo abrazó muy fuerte y juntos miraron hacia el cielo, donde las estrellas brillaban más que nunca. Y aunque la historia de Lucas no había terminado y la magia siempre continuaría, el final podía esperar, porque cada día sería una nueva aventura por vivir.

FIN.

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